Si uno se fija
bien en los péplum ambientados en la antigua Roma de vez en cuando podrán ver
que cerca de un cónsul, un general o un prefecto, aparece un personaje muy
peculiar que porta encima de su hombro una especie de haz de varas y que no se
aparta de su señor natural, haga sol o llueva. Pues bien esta persona ostentaba
el título de lictor y era el
encargado de preceder o escoltar a los altos magistrados, aquellos que tenían imperium (es decir poder de vida o
muerte). Pues bien, aquello que porta al hombro se llamaba fasces y consistían, como ya les he indicado en un hato de varas
que simbolizaban el poder del estado. Eso sí, si ese alto magistrado estaba
fuera de Roma, ese haz de varas mostraba también la cabeza de un hacha de verdugo
(o securis). Por tanto, y después de
leer esto, si alguna vez vuelven a ver una película de romanos y observan que
dentro de Roma aparece un lictor con unos faces hachados, podrán decir con
orgullo a sus amigos que eso es un error histórico. Y por cierto, muchos siglos
después estos fasces fueron adoptados como símbolo principal por Benito
Mussolini, y es por ello que a su movimiento político se le llamó fascista.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
sábado, 26 de septiembre de 2015
DE CÓMO LLEGÓ EL TÉ A LA NEBLINOSA ALBIÓN
Aunque me duela
contradecir a los tebeos de Asterix y Obelix, la moda de beber té no la importaron
los galos a las Islas Británicas (véase Asterix
en Bretaña). Y de igual manera, aunque también le duela a los ingleses, no
fueron ellos sino una reina de origen portugués quien llevó a esas latitudes la
costumbre de ingerir esa infusión. Ocurrió allá por 1662 cuando Catalina de
Braganza (1638 – 1705) llegó a Inglaterra para casarse con el rey Carlos II
(1630 – 1685). Parece ser que entre sus pertenencias traía consigo una cajita
que contenía unas hojas resecas que debían ser introducidas en agua caliente. A
esta nueva costumbre la nueva y flamante reina lo llamó tomar el té. Y como muy pronto todas los sirvientes que había a su
alrededor comenzaron a tomar esta nueva bebida, inmediatamente se puso de moda
no solo en palacio sino también en todas las casas y salones de la ciudad de
Londres. De la noche a la mañana el té se había convertido en la bebida
nacional de las Islas Británicas.
Y ya que estamos
metidos en faena… ¿por qué existe esa manía de tomarlo a las cinco en punto de
la tarde? Parece ser que la culpa de ello la tuvo una amiga intima de la reina
Victoria (1819 – 1901) que en el siglo XIX decidió fijar sus reuniones en una
casita de campo a las cinco, entre el almuerzo y la cena. Pronto fue imitada
por la reina, y, claro está, esta nueva tradición fue copiada en todos los
salones de té del Reino Unido.
lunes, 21 de septiembre de 2015
EL ORIGEN DE LA EXPRESIÓN: TONTO DEL BOTE
En 1925 la escritora
Pilar Millán Astray estrenó la obra teatral La
tonta del bote, en la que una pobre huérfana llamada Susana consigue eludir
la pobreza con mucho ingenio y salero. Años después este papel fue interpretado por la recientemente
fallecida Lina Morgan llevándola al estrellato del celuloide español. Creo que
todos recordamos esta película, pero pocos saben que su titulo está inspirado
en otro tonto del bote que vivía a
principios del siglo XIX. Se llamaba Julián y pedía limosnas sentado en una
silla medio rota delante del convento de los capuchinos de San Antonio del
Prado, situado en la Calle del Prado, y que fue derruido en 1890. Solía pedir
la voluntad portando un bote y según el cronista madrileño Dionisio Chaluié lo
hacía de una manera peculiar:
En Madrid los había tradicionales. Entre
otros, un desgraciado imbécil a quien se le conocía con el nombre de
"Tonto del bote", porque recogía la limosna en un bote de suela que
agitaba en la mano, sentado en una silla a la puerta de San Antonio del Prado. Aún me parece verle en sus últimos años,
inmóvil, con su sombrero de alas anchas, su ropón o túnica parda, limpio, y
lanzando a intervalos una especie de sonido gutural para llamar la atención de
los transeúntes
Como se puede
ver el escritor no le tenía mucho aprecio. En fin, un día un toro bravo se
escapó de una plaza y según los
cronistas el animal enfiló la calle Alcalá y acabó entrando en la Carrera de
San Jerónimo. Siguió tratando y al poco llegó hasta donde estaba Julián, que
como siempre estaba pidiendo limosna. Todo el mundo creía que lo iba a cornear
pero el toro se acercó a él, lo olfateó, dio un bufido y sin hacerle nada se
alejó de él en dirección a la calle Atocha. Al día siguiente todos los periódicos
de la capital se hicieron eco de esta noticia y fueron muchos los que se
acercaron al impávido torero para
felicitarle. Pero todo fue estrella de un día pues al poco Julián se convirtió
en motivo de burla debido a la simpleza con la que se había enfrentado al
animal. De ahí que al poco tiempo se incorporara al refranero popular la
expresión ser un tonto del bote,
haciendo referencia a una persona de pocas luces que continuamente es objeto y
diana de bromas pesadas.
lunes, 7 de septiembre de 2015
LOS PAVOS PARACAIDISTAS
Como en la gran
mayoría de ciudades de España la Guerra Civil hizo que la población de la
provincia de Jaén se escindiera en dos grupos irreconciliables. Al comienzo del
conflicto la Guardia Civil fue desarmada por las fuerzas leales al Estado por
temor a que se aliaran con los generales sublevados, ocasionando con ello el consiguiente
rencor de este cuerpo militar hacia los republicanos que les habían humillado.
Por ello un mes después, el 18 de Agosto, el nuevo capitán de la Guardia Civil,
Santiago Cortés, decidió refugiarse en el Santuario de Nuestra Señora de la
Cabeza, en Andújar, llevándose consigo a 165 soldados de la benemérita, sus
familias, algunos vecinos de la población que no comulgaban con los ideales
republicanos, y cuatro sacerdotes. En total unas mil personas. Pero pronto los
refugiados, ante el avance de las tropas republicanas, se convirtieron en
sitiados, y como es natural las reservas comenzaron a escasear. En cuanto les
fue posible consiguieron contactar con las tropas nacionales para que les
abastecieran y de esta manera poder resistir los continuos ataques que se
estaban produciendo alrededor del Santuario. Pero una cosa era pedirlo y otra
hacerlo, pues aquel lugar estaba rodeado por todos los sitios y era imposible
colar por tierra algún alimento. Por tanto se pensó que la única manera de
hacerlo era por el aire. La forma de hacerlo era muy difícil ya que el
Santuario no era muy grande y lanzar los bastimentos en paracaídas era
imposible pues siempre caían en zona republicana. Es por ello que se ideó dos
maneras de hacerlo. Una, lanzándose en picado los aviones para que cuando
estuvieran cerca del objetivo dejaran caer los paquetes y rápidamente remontar
el vuelo. Y la otra forma, la más curiosa, era lanzar pavos sobre el objetivo
con la carga de comida, agua o medicinas, atadas a sus patitas, pues es sabido
que cuando un pavo cae desde cierta altura comienza a revolotear sin parar,
aminorando por tanto el impacto. Además, el pavo también les serviría de comida
en un futuro. Pero a pesar de lanzarse una buena cantidad de pavos, esto no
impidió que el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza cayera en manos
republicanas a principios de Mayo de 1937, nueve meses después de haberse
comenzado el asedio.
martes, 1 de septiembre de 2015
¡DEJA QUE ME SUICIDE!
El pintor de
retratos austriaco Joseph Aigner (1818 – 1886) era una persona que desde su más
tierna infancia estaba obsesionado con la idea de suicidarse. Cuando tenía
dieciocho años intento colgarse de un madero, pero un misterioso monje
capuchino consiguió salvarle en el último momento. Unos cuantos años después, a
los veintidós, otra vez intentó colgarse y de igual manera el mismo monje salió
en su rescate. Pasado algún tiempo, nuestro retratista se metió en política,
con tan mala suerte, que fue acusado de traición y condenado a ser ahorcado.
Pero cuando todo estuvo dispuesto, y Joseph había subido al cadalso, nuevamente
apareció el increíble monje el cual convenció a las autoridades para que no lo
mataran. Aquí me queda la duda si el pintor se sintió defraudado al no poderse
cumplir su sueño mortal. Sea como fuere, a los sesenta y ocho años, Joseph
Aigner…¡consiguió suicidarse! Abandonó su propósito de ahorcarse y se pegó un
tiro en la cabeza. Pero lo que no sabía Joseph es que a su entierro acudió
mucha gente a ver si verdaderamente había muerto de verdad. Entre las personas
que presidieron el entierro, como era costumbre, había un monje, y claro está
este no podía ser otro que el enigmático monje capuchino. Nunca se supo su
verdadera identidad.