domingo, 30 de julio de 2023

LOS LEONES DE CARINHALL

 

El jerarca nazi Hermann Goering (1893 – 1946) fue durante la Segunda Guerra Mundial el comandante en jefe de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana,  y por encima de todos los capitostes que rodeaban a Adolf Hitler era sin duda el más histriónico, no solo por su forma casi operística de vestirse o de estar enganchado a la morfina sino también por sus desmedidas aficiones particulares como acumular obras de arte, la mayoría de ellas expoliadas durante la guerra en su residencia de Carinhall (nombre puesto en honor a su primera esposa (Carin von Kantzow) , o la de cazar y decorar las paredes de dicha lugar con sus trofeos. Tanto era el gusto por este pasatiempo cinegético que hasta la asociación de cazadores de Alemania acabó otorgándole el título de Reichsjagermeister o maestro de cazadores del Reich, el cual se suponía iba a durar más de 100 años.

De resulta de estas aficiones, Goering también quiso tener una mascota personal y por eso en 1933 el zoo de Leipzig le regaló un cachorro de león llamado Mocki. Lo trataba como un gatito, se abrazaba a él y le gustaba posar y ser grabado dándole un biberón con leche. Hermann y su esposa Emmy tuvieron hasta siete pequeños leones correteando por Carinhall y aunque preferían verlos sueltos por la finca por la noche los encerraban en estancias privadas. Hasta se los llevaban de viaje cuando iban a visitar a otras residencias o a ver al mismísimo Führer en el Berghof.  Pero toda esta parafernalia tenía  truco ya que los Goering no solían quedarse más de un año con los cachorros y los cambiaban continuamente por otros. De eso se encargaba Lutz Heck, director del zoológico de Berlín, quien se encargaba de suministrarle todos los cachorros que deseara.

Tan famosos eran los leones de Goering que muchas celebridades del momento quisieron conocerlos, como por ejemplo el dictador italiano Benito Mussolini o el célebre aviador americano Charles Lindbergh. Aun así toda esta parafernalia y amor leonino terminó cuando la hija de los Goering cumplió un año  y comenzó a dar sus primeros pasos. Sus padres se dieron cuenta de que era un verdadero peligro dejar sueltos a los leones no fuera a ser que tuvieran tentaciones de atacar a su hija.

domingo, 23 de julio de 2023

¿CUÁNDO EMPEZÓ LA MODA DEL VERANEO EN ESPAÑA?

 

Con el comienzo del periodo estival y  la llegada de las agobiantes olas de calor muchas personas emprenden un éxodo masivo desde las ciudades hacia las costas con la idea de apiñarse todos juntos en las numerosas playas que ofrece nuestro país, refrescarse, nadar y disfrutar del placer de una buena zambullida a la vez que ganar un buen morenito que lucir a la vuelta de las vacaciones. Pues bien, esta idea tan común de hoy en día era muy distinta de la de hace más de un siglo ya que fue a mediados del XIX cuando comenzó este invento del turismo playero el cual se realizaba no por placer sino por salud.  El culpable de todo ello fue por un lado una gran epidemia de cólera que asolaba el continente europeo y por otro las nuevas ideas científicas provenientes de Francia e Inglaterra las cuales dictaban que meterse en el mar favorecía la salud de la piel, el asma, ampliaba la caja torácica, aliviaba la depresión e incluso curaba los problemas circulatorios. Esta especie de talasoterapia primitiva fue conocida como los “baños de olas”.

Pues bien, la primera persona que inauguró este peregrinar a las playas de España fue nada más ni nada menos que la reina Isabel II a la que un médico le había detectado un brote de herpes y le había aconsejado acudir al mar a darse los nuevos baños de olas. De esta manera fijó su residencia de verano en la Playa de la Concha (San Sebastián) en 1845 provocando a la vez que la corte, toda su camaradería, y la alta burguesía fueran detrás de ella y como entonces no había hoteles para turistas comenzasen a construir numerosos palacetes con el fin de acoger a este turismo de elite. Lo mismo pasó años después cuando Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia decidieron veranear también en la costa pero en Santander fijando su residencia en el Palacio de La Magdalena, en la misma playa del Sardinero entre 1913 y 1930.

Como se puede ver los reyes y toda la nueva ola de turistas elegían las playas del Cantábrico ya que se consideraban que las aguas del norte eran más sanas que las del Sur. La moda de ir al Mediterráneo tuvo que esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero volviendo a los orígenes del turismo en España, éstos acudían a las playas o a sus paseos por temas de salud y no por diversión pues todavía se le tenía mucho respeto al mar y al movimiento de las olas. El zambullirse a lo loco o el tomar el sol y coger un tono moreno era considerado cosa de plebeyos. Este primer turismo de elite incluso seguía unas tajantes prescripciones médicas que dictaban, por ejemplo, que no se podía entrar en el agua sudando, que se debía esperar más de tres horas después de comer para meter los pies en el agua (¿les suena de algo?) o el número de olas que podía recibir el cuerpo humano. Y como eran personas importantes las que acudían a la playa se instalaron carpas a ciertos metros de la arena para que la nobleza y la alta burguesía se cambiasen de ropa e incluso aparecieron carpas móviles con ruedas sobre raíles que llevaban al nuevo playero hasta el agua. Además de estas carpas se fijaban maromas en la playa, agarradas por fuertes y musculados trabajadores (de ahí el termino maromo) para que, como si fueran cuerdas de escaladores, la gente pudiera meterse en el mar y que la corriente no los arrastrara. En fin, otros tiempos otras costumbres.

sábado, 22 de julio de 2023

LAS AMAZONAS DE DAHOMEY

 

Cuenta Herodoto en su Iliada que a la mítica Guerra de Troya acudieron las famosas Amazonas. Este pueblo, compuesto mujeres guerreras, estaba comandado por la famosa Pentesilea quienes se pusieron a favor de los troyanos dando bastantes problemas a los aqueos hasta que ésta fue derrotada por el no menos mítico Aquiles. Pues bien, el que existieran contingentes de mujeres guerreras, como las legendarias amazonas o las intrépidas jinetes escitas, no es algo privativo de la antigüedad ya que también existieron otros contingentes femeninos, armados hasta los dientes, que vendieron cara su vida. Un ejemplo de ello lo encontramos en África, en concreto en el reino de Dahomey (más o menos lo que hoy sería el país de Benín). Allí, a partir del siglo XVII, se creó un grupo de mujeres guerreras que estarían al servicio del rey de turno pero que alcanzarían el culmen de su fama a mediados del siglo XIX cuando otro monarca, el rey Gheso o Gezo, apoyándose en estas temidas amazonas consiguió expandir su territorio.

En esencia estas guerreras de Dahomey no era un ejército al uso sino que actuaban más bien de forma defensiva, como guardia personal, y que solo atacaban en circunstancias especiales. Si buscáramos un símil ficticio se parecerían un poco a los personajes de las Dora Milaje que aparecen en los cómics y películas ambientadas en los mundo de Pantera Negra (Marvel). Pero volviendo a la realidad esta fuerza femenina estaba compuesta por unas 2500 guerreras y todas ellas eran consideradas esposas del rey. Desde muy jóvenes se especializaban en el combate y eran mortales en la lucha cuerpo a cuerpo o utilizando arcos, cuchillos e incluso armas de fuego como los trabucos. Su fama en toda la zona era legendaria aunque esto no impidió que fueran derrotadas por los franceses en 1892 convirtiendo su territorio en un protectorado. Aun así el recuerdo de aquellas temibles amazonas no se perdió en el tiempo y es por eso que incluso el cine las ha inmortalizado en la actualidad en una película titulada La mujer del rey (2022), interpretada por la oscarizada Viola Davis, en la que se nos narra la gran epopeya de estas mujeres en el reino de Dahomey.

viernes, 14 de julio de 2023

SEIS DÍAS DE DICIEMBRE - Jordi Sierra i Fabra

 

Estamos en el año 1949 y en apariencia, y remarco la palabra apariencia, para algunos sectores de la ciudadanía española la guerra civil que culminó hace diez años empieza a parecer algo lejano, como un mal sueño del que poco a poco uno quiere quitarse de la cabeza al despertarse. Lo confirma que en las tiendas comienza a haber más productos disponibles, aunque todavía esté vigente la cartilla de racionamiento, haya más espectáculos, algún que otro indulto a presos… en fin mucha gente quiere descansar ya en el dicho del vive y dejar vivir. Pero como indicaba un poco más arriba del párrafo esta pequeña apertura tras los más duros años del plomo es una ficción y en cambio otra parte de la población, la de los perdedores de aquella guerra fratricida, todavía siguen sintiendo los ojos de la autoridad puestos en ellos no vaya a ser que se descarrilen y quieran volver a las libertades obtenidas antes durante la República. Pues bien, uno de aquellos que todavía tienen un punto de orgullo es el protagonista de la saga de libros de intriga de Jordi Sierra i Fabra, el inspector Mascarell, antiguo policía catalán, afincado en Barcelona, el cual ya no puede ejercer como tal pero al que sin pretenderlo le caen los casos en los que siempre anida la antigua amargura de la guerra y de la dictadura imperante.

En este momento en particular, a punto de acabar el año 1949, con las navidades a punto de suceder y cuando la Ciudad Condal comienza a engalanarse para tal evento es cuando principia la novela Seis días de Diciembre en donde Miquel Mascarell, ya con sesenta y cinco años a cuestas, aterriza sin querer en una trama turbia delictiva que se entronca con  las ciertas consecuencias sobrevenidas de la Segunda Guerra Mundial. Nuestro inspector vive tranquilamente con su flamante y joven esposa Patro, ya queriendo olvidar y sentirse todo un jubilado de la vida, cuando en ella aparece un antiguo ladrón, de nombre Lenin, conocido de otros casos de antes de la guerra civil y después de ella, y le comenta asustado que ha “encontrado” un maletín que en apariencia no tenía nada pero que en verdad es depositara de una especie de catalogo de cuadros que por su baja cultura él no sabe interpretarlos. Así pues Mascarell ha de abandonar su relajada existencia de olvido y sumergirse por un lado en el asunto del expolio de cuadros y obras de arte transcurrido durante la guerra mundial, y por otro en el tema de los nazis que encuentran empadronamiento en la Península Ibérica bajo la bendición del nuevo régimen.

Así pues a través de las nuevas pesquisas del inspector Mascarell y de los peligros que arrostra nos enseña dos temas que se entroncan cual cerezas al sacarlas de una cesta. La cartera antes mencionada es sustraída a un difunto inglés el cual pertenece a los Monuments men, organización creada durante la Segunda Guerra Mundial quienes rastrean por medio mundo las obras de arte expoliada por los nazis a museos o colecciones privadas judías, para así poder por un lado crear un mega museo  con ellas y a la vez satisfacer las ansias artísticas de Hitler con lo que se hicieron buena cantidad de catálogos que servían de guía a esos fanáticos que incendiaron Europa en aquellos años. Y de resulta de ello, de la búsqueda que realiza Mascarell de un gerifalte nazi escondido en Barcelona quien atesora un buen número de pinturas, muestra además la connivencia de las autoridades del momento y el mirar para otro lado con lo que respecta a la entrada masiva de nazis en España. Un tema lleva al otro y sirve de marco para este thriller de espías y asesinatos ambientado en un país dictatorial podrido de los pies a la cabeza.

Junto con el primer libro de la saga, Cuatro días de enero, éste en concreto es de lo más históricos dentro de las aventuras del inspector Mascarell. Lo que parece en un principio que será la búsqueda de quién mató a un ciudadano inglés en Barcelona que tiene como consecuencia que un amigo de nuestro policía y su familia en general corran peligro, nos lleva a un mundo donde parece que se libra una guerra en las sombras, una lucha en la que se buscan obras de arte expoliadas durante la Segunda Guerra Mundial, y además otro submundo de corrupción de esas mismas autoridades españolas de entonces que intentaban diez años después de la Guerra Civil convencer a la ciudadanía de que había que pasar página. El dulce olvido al que no quiere someterse el inspector Mascarell.

 Jordi Sierra i Fabra, Seis días de Diciembre. Barcelona, Plaza y Janes, 2014, 316 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/seis-dias-de-diciembre-jordi-sierra-i-fabra/