Si vis pacem, para bellum (Flavio
Vegecio Renato, siglo IV d.C)
Según un
documental que vi hace poco en televisión, en el planeta Tierra solo existen
dos seres capaces de modificar el entorno donde vivimos: el castor y el ser
humano. Si lo entendí correctamente (eso espero aunque era la hora de la
siesta) el primero, es decir el castor, a base de talar árboles y construir
presas, de forma inconsciente crea todo un ecosistema para otros seres
alrededor de cientos de kilómetros de distancia, mientras que los humanos
debido a su mayor tecnología a través de colonizaciones y guerras pueden mover
a pueblos enteros de un lado para otro y mediante las armas aniquilarlos y
hacerlos desaparecer de la faz de la Tierra. Es decir que los castores lo hacen
porque su naturaleza se lo dicta así pero los humanos matan de forma consciente,
no para comer, sino por acabar con el enemigo que les molesta. Y para ello han
utilizado su superior intelecto para crear a lo largo de los siglos distintos
tipos de armas, cada vez más avanzadas, y distintos tipos de ejércitos. Así que
para comprender nuestros afán homicida a veces es necesario pararse un momento
y estudiar cuales fueron esos pasos que poco a poco nos acercan a nuestra
propia extinción. Así pues les invito a leer este interesante ensayo titulado Breve Historia de la Guerra Moderna,
escrito por F. Xavier Hernández y Xavier Rubio con el que viajaremos a través
de seis siglos apasionantes conociendo nuestra historia más reciente pero desde
el punto de vista militar y como éste además ha influido en la sociedad civil,
científica e incluso cultural.
Nuestro periplo principia
a finales de la Edad Media cuando en Europa aparece un polvo de color negro, la
pólvora, que revoluciona cualquier concepto del arte militar que existía hasta
ese momento. Primitivos tubos de hierro o bronce, llamadas también bombardas,
comienzan a escupir férreas balas de piedra o metal con las que las murallas de
las que se denominaban ciudades inexpugnables comienzan a caer una tras otra,
como por ejemplo en la caída de la ciudad de Constantinopla (1453). Aunque ya
había algunos antecedentes de su existencia durante la Reconquista o la Guerra
de los Cien Años, su aparición marca por tanto el nacimiento de la Guerra
Moderna. Ya nada sería igual desde mediados del siglo XV otros pequeños cañones
portátiles, llamados arcabuces, los soldados de infantería pueden luchar en
igualdad de condiciones contra la mítica caballería preponderante en la Edad
Media. La conjunción de arcabuceros y piqueros hace que la guerra se
democratice marcando el fin de la época medieval. La movilidad de los nuevos
cuadros de infantería y su efectividad contra las temibles cargas de caballería
lo podemos ver en las Guerras Italianas (1494 – 1503) donde destacó Gonzalo Fernández
de Córdoba en donde a dicha movilidad también supo aprovecharse del adagio
inverso de más vale cantidad que calidad. El arma de fuego se impuso por tanto
en el campo de batalla como en las ciudades donde los ingenieros tuvieron que
reinventarse haciendo que las murallas fueran más gruesas para soportar los
impactos de los nuevos cañones a la vez que construir en ellas baluartes
redondos o de estrella para evitar el fuego desenfilado.
Durante el siglo
XVII, en concreto en la terrible Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648) se
observa la preponderancia de la ya mencionada infantería ya fuera en los
Tercios españoles como en los regimientos franceses y aunque la caballería se
especializa más (lanceros, coraceros o dragones) su importancia va cada vez más
en detrimento del fuego continuo y letal
de las tropas de a pie. Una guerra menos caballerosa pero más efectiva.
Y al igual que los ejércitos de los grandes estados, que poco a poco por
cuestiones de natalidad barren a los pequeños, el armamento igualmente
evoluciona pues de los arcabuces surgen los mosquetes en donde las mechas se van
sustituyendo por llaves de rueda o sílex destacando las denominadas chenapan o miquelets pudiéndose por tanto cargar y disparar más deprisa. Las
formaciones, sobre todo en el caso español, siguen siendo las mismas en el
campo de batalla pues los arcabuceros y mosqueteros siguen protegiendo a los
piqueros de las distintas compañías pero poco a poco los estudiosos de la
guerra, los generales o maestres de campo empiezan a decantarse por la
formación francesa en regimientos de líneas ya que de esta manera son más
eficaces ante los cañones que los cuadros los cuales podemos calificarlos de
autenticas dianas. Esto es debido a que los cañones empiezan a ser más
efectivos pues se unifican sus calibres y su movilidad.
Y con esto
llegamos a lo que nuestros autores denominan la era del fusil (1697 – 1789) en
donde esta nueva arma desbanca totalmente al mosquete y si además le añadimos
en su punta una bayoneta, a la vez, tenemos un fusilero que sirve para dos
propósitos, es decir disparar con mayor rapidez y mortalidad (gracias a las
nuevas llaves de piedra) a la vez que para a la caballería gracias a la
mortífera punta que corona su fusil. El que ahora en este nuevo siglo sea
Francia la cabeza de Europa hace que se imponga el sistema de regimientos en
fila y que el ejercito avance en largas formaciones, entre tres o cuatro líneas
de profundidad concentrándose más potencia de fuego por unidades (esta escena
la podemos ver por ejemplo en el cine cuando dos ejércitos se aproximan y al
alrededor de los cien metros, a las órdenes de sus capitanes, se fusilan unos a
otros sin piedad). Estos regimientos, ya divididos en batallones y compañías, y
ayudados por la caballería, ya no son soldados reclutados a la buena de Dios pues
ahora son objeto de una verdadera intervención estatal en distintos campos ya
que éste dictamina cual serán las banderas de sus ejércitos y regimientos; cómo
irán vestidos durante la lucha para distinguirse unos a otros; establecerá líneas
de logística durante la campaña evitando muchas veces los excesos de pillaje
que se produjeron durante la Guerra de los Treinta Años; e incluso se ocuparon
de componer himnos nacionales o de regimientos en concreto. Y finalmente el
Estado, ya fueran Austrias, Habsburgo o países aliados, también intervino en
cuestión del alistamiento de los soldados ya que muchas veces delegaron esa
gestión a personas particulares provocando que muchos regimientos y batallones
se concentraran en torno a nobles que corrían con los gastos durante la guerra
en cuestión, ya fuera la Guerra de Sucesión (1701-1714), la Guerra de los Siete
Años (1756 – 1763), los conflictos en Escocia, la Guerra de Independencia de
Estados Unidos (1775 – 1783) o la Guerra de Sucesión Austriaca (1740 1748),
entre otras. Tampoco hay que olvidar que en el tema naval debido a la
importancia de los cañones a bordo y la movilidad de los barcos en alta mar los
pesados galeones fueron sustituidos poco a poco por fragatas y navíos de línea
que desde ese momento se enseñorearían de los mares.
Hasta mediados
del siglo XIX, en concreto hasta la Guerra Franco Prusiana (1780 – 1781), la
disposición de los ejércitos en línea no ofrece muchas variaciones. Aun así la
Revolución Francesa (1789) trae la novedad de transformar los ejércitos
profesionales comandados por nobles en verdaderos ejércitos compuestos por
ciudadanos. La fuerza y empuje de dicha revolución fue aprovechada por la
figura clave de este periodo, Napoleón Bonaparte, que supo sacarle rendimiento
a sus ejércitos aprovechando su velocidad de decisión no solo en el movimiento
de las tropas sino en la toma de decisiones en todos los aspectos de la
contienda. Es curioso observar que aunque la disposición, como ya he indicado
anteriormente, de las tropas es casi heredera del siglo pasado, en estos
primeros años del siglo XIX comienza a convivir con la evolución que
proporciona el desarrollo industrial. Una de estas innovaciones no solo en el
alma de los fusiles sino también de los propios cañones lo constituye sin duda
el rayado interior que permite más precisión en el disparo y más potencia de
impacto en el soldado enemigo o fortaleza asediada. Y todo ello ayudado por las
nuevas técnicas de retrocarga de dichas armas que proporciona más velocidad en
los intervalos de disparo. Pero podemos considerar a la Guerra Franco Prusiana como la última de tipo napoleónico, como el
inicio de las subsiguientes guerras industriales que tuvieron su gran eclosión
en la que algunos consideran como la nueva guerra de los treinta años que se
produjo entre 1914 y 1945, es decir La Primera y Segunda Guerra Mundial.
Napoleón ya había hecho algunas innovaciones con respecto a la disposición en
grandes cuerpos de ejércitos y éstos fueron aplicados durante estas terribles
contiendas mundiales, pero el gran avance tecnológico de las armas, avances ya apadrinados
por los gobiernos de los países litigantes y sus fábricas patrocinadas en vez
de cederlas a simples artesanos como se hacía anteriormente, hizo que la
infantería sufriera los estragos muriendo a diario a cientos de miles de
soldados. La fuerza de las nuevas armas en el siglo XX hizo que en la Primera
Guerra Mundial desaparecieran las grandes embestidas de ejércitos, unos contra
otros, haciendo que los propios soldados fueran auténticos topos que vivían en
las oscuras y sucias trincheras. Miles de ellas tapizaron el suelo europeo
condenando a los países a estar continuamente empatados. Solo la aparición de
los tanques y el aprovechamiento de la aviación empezó a enseñar a los
generales de la futura Segunda Guerra Mundial como sería la guerra del futuro,
o lo que es lo mismo la verdadera guerra total en donde la velocidad de los
acorazados y la aviación apoyados por la infantería podrían acabar con el
enemigo. Ya no existía un frente único de batalla pues todo era un gran frente
a batir, desde un puerto hasta una ciudad. Nadie estaba a salvo.
La tecnología en
la guerra moderna ya ha superado al propio guerrero que tiene que estar
pendiente de los avances técnicos e informáticos y no solo de su simple pericia
en el combate. Tras la caída de Alemania en 1945, el mundo se metía de cabeza
en otros conflictos englobados en la llamada Guerra Fría donde las dos grandes
potencia mundiales, Estados Unidos y la Unión Soviética, sometían a la
población a vivir en un miedo continuo, pues además de observar como éstos
abrían y cerraban guerras en distintos lugares alejados de sus países, Estados
Unidos y la Unión Soviética siempre estaban amenazándose con lanzar misiles
atómicos de un lado a otro y acabar con cualquier rastro de vida en la Tierra.
Serían esta amenaza del átomo y la nueva guerra al terrorismo internacional los
nuevos campos de batallas del siglo XXI en las que las nuevas armas de combate
parecen ya sacadas de las películas de ciencia ficción. Y aunque este horizonte
incierto dé algo de pavor les recomiendo que lean Breve Historia de la Guerra Moderna de F. Xavier Hernández y Xavier
Rubio y hacer un viaje por la Historia a través de la tecnología militar y los
conflictos que la han jalonado ésta hasta el actual status quo nuclear para poder entender mejor nuestro propio y
belicoso pasado.
F. Xavier
Hernández y Xavier Rubio, Breve Historia
de la Guerra Moderna, Nowtilus, 2024, 277 páginas.