sábado, 23 de noviembre de 2024

BREVE HISTORIA DE LA BATALLA DE TRAFALGAR - Luis E. Íñigo Fernández

 

Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto

(Cosme Damián de Churruca y Elorza)

Trafalgar o el arte de convertir una derrota estrepitosa en un estímulo épico para una nación. Es lo que siempre me ha llamado la atención de aquella batalla (21/10/1805) en la que dos grandes escuadras, a modo de titanes enfurecidos, se artillaron de forma suicida buscando la gloria y la supremacía de los mares. Pero como en todos los casos cuando dos se enfrentan alguno tiene que perder y lamerse las heridas eso mismo le pasó en este caso a la escuadra hispano francesa comandada por el almirante Villenueve por un lado y el heroico Gravina por el lado español. Y a pesar de que hubo gran vencedor, en este caso el tullido y genial Nelson, esta batalla siempre será recordada más por la caída de dos imperios que por el alzamiento de uno nuevo sobre las aguas de medio mundo. Trafalgar ha pasado a la historia hispana, muchas veces manipulada por intereses patrios, como un alarde de heroísmo (que lo fue) y también como ejemplo de la lucha desesperada contra el destino. Son tantas las visiones y tantos los estudios que se han hecho de esta batalla que sería imposible reunirlos todos juntos en una habitación, por lo que podemos, por tanto, enorgullecernos de tener en un solo volumen una historia que engloba de manera magnifica cuál fue el génesis del conflicto, su desarrollo y consecuencias en Europa. Así pues paso a presentarles sin más demora: Breve Historia de la batalla de Trafalgar (Nowtilus, 3ª edición, 2024) escrito por Luis E. Íñigo Fernández.

El autor, como buen historiador que es, comienza su épica narración principiando las causas que determinaron la aventura que llevó a españoles y franceses a hincar la rodilla ante el poderío naval inglés. A finales del siglo XVII el estado de la marina española era lamentable. Casi no había barcos en la península además de que los astilleros estaban medio abandonados. La Guerra de Sucesión (1701 – 1713) y las derrotas de Vigo en 1702, y Pessaro en 1718 hizo que la nueva dinastía reinante en esta vieja piel de toro, los Borbones, se tomaran en serio la reconstrucción de la marina que antaño había dado tantas alegrías a la historia española. Dos ministros, primero el italiano Alberoni y posteriormente Ensenada, procedieron a crear una nueva flota pues se dieron cuenta que en este nuevo siglo, el XVIII, esta arma iba a ser decisiva para controlar los mares. Un dato lo ejemplifica perfectamente: en casi un siglo se crearon alrededor de más de un centenar de barcos, poniendo interés sobre todo en el nuevo producto estrella de la marina, el navío de línea. Aun así, hubo algo que estos ministros no previeron, y fue que esta desmedida construcción de barcos acarrearía a las arcas del estado un gasto enorme, provocando que, si se deseaba seguir construyendo, debían abaratarse materiales a la vez que descuidar el entrenamiento de los marineros en detrimento de nuevos barcos. Esto tuvo consecuencias inevitables, como por ejemplo la estrepitosa derrota en la Batalla de San Vicente (1797).

Pasado el tiempo, España e Inglaterra, la gran enemiga del país durante el siglo anterior, firmaron un acuerdo de paz en Amiens en 1802, pero lo que tendría que haber conducido a unas relaciones cordiales y amistosas durante bastante tiempo, devinieron en otro grave conflicto que tendría a Trafalgar como colofón final. Todo esto se produjo porque a pesar del tratado de paz Inglaterra siguió atacando a los barcos españoles, hecho que decantó las simpatías hispanas hacia el bando francés representado en la figura de Napoleón Bonaparte. El hacha de guerra estaba desenvainado y ya no se podía volver a enterrar… solo uno podría gobernar los mares.  Franceses y españoles deciden unir sus fuerzas, a la vez que sus barcos, y derrotar a la pérfida Albión, pero a pesar de tener más efectivos éstos no tenían nada que hacer frente a los ingleses que tenían una marina mejor preparada, una tripulación mejor entrenada y unos navíos excelentes y maniobreros. En sí, la idea original de Napoleón era utilizar a los barcos propios y ajenos, es decir los de su aliado español, para conseguir conquistar Inglaterra desembarcando en sus costas a cientos de miles de soldados a la vez que eliminar el pernicioso bloqueo que se producía frente a sus acantilados. Para ello tendría que controlar el Paso de Calais durante tres días, y la única manera de hacerlo era alejar de allí a la temible marina inglesa. El plan era el siguiente: enviar un potente convoy a América, y allí dar esquinazo a sus enemigos; después recoger a parte de la flota propia en distintos puertos como el Ferrol, Rochefort o Brest  y utilizarlos a la vuelta para transportar a las tropas a través de Calais. Al principio todo parecía ir bien pues el almirante Villenueve dio esquinazo a Nelson en el Caribe pero a la vuelta se produjo una batalla en La Coruña (22 de Junio) que desbarató todos los planes napoleónicos (buen general en tierra, malo en el mar, a pesar de haber nacido en una isla). Con el rabo entre las piernas la flota combinada tuvo que escapar y refugiarse después de varias vicisitudes en el puerto de Cádiz.

Y así pasaron los días. Entre el hastío de la derrota, los miedos de Villenueve por haber decepcionado a Napoleón, y los consejos juiciosos de los españoles que preveían una derrota si salían a mar abierto a enfrentarse contra los ingleses que estaban frente al mando del genial Nelson y Collingwood.  Pero fueron los miedos y las alusiones a la cobardía española lo que provocaron aquella salida suicida hacia la derrota total. La escuadra combinada, en la que no solo había grandes y soberbios barcos como el Santísima Trinidad, auténtico San Lorenzo de los mares, también estaban conformada por grandes marineros que pasarían a la historia por su pericia en el combate como el ya mencionado Gravina, Churruca o Alcalá Galiano. Como era previsible todos los barcos franco españoles se colocaron en una formación clásica de medialuna a la espera de cañonearse con los ingleses a la manera tradicional… pero enfrente tenían a un hombre que revolucionó el arte del combate naval. Antes de empezar el indeciso almirante Villenueve dio la inesperada orden de que todos los barcos viraran sobre sí mismos lo que produce un desconcierto y unos huecos impresionantes que inmediatamente fueron aprovechados por el almirante inglés utilizando el famoso “toque Nelson”. Con la precisión de una flecha Collingwood en una maniobra suicida se coló por el lado del Santa Ana provocando que los barcos ingleses ametrallaran a los enemigos en proporción mínima de dos barcos a uno, uno por cada lado. El destino de la batalla, ya estaba decidido, era cuestión de esperar a ver cuánto cañoneo podía soportar el contrario. Y mucho lo hicieron debido al coraje de los españoles, que no de los franceses que a las primeras de cambio huyeron del lugar, aunque luego fueron apresados ya fueran días después o tras la increíble y wagneriana tormenta que sepultó los pocos restos materiales y humanos de la batalla.

Luis E. Íñigo Fernández, narra esta gesta y más datos de interés en esta gran obra que para deleite de amantes de la historia no solo habla, de manera directa y didáctica, de combates y hechos políticos sino que también nos asombra con su sapiencia sobre como eran aquellos enormes barcos que enseñoreaban los océanos, la forma de vida a bordo, o curiosos hechos sobre la vida de sus protagonistas. Un libro redondo de principio a fin que les aseguro les sumergirá en una acción vertiginosa y trepidante que les llevara a pensar en algunos momentos que se encuentran a bordo de aquellos navíos de leyenda en la que, verdaderamente, como muy bien señala el autor fue "la batalla naval que cambió el destino del mundo".

Luis E. Íñigo Fernández, Breve Historia de la Batalla de Trafalgar. Madrid, Ediciones Nowtilus, 2024, 333 páginas.


viernes, 15 de noviembre de 2024

BREVE HISTORIA DE LA CIENCIA FICCIÓN - Luis E. Íñigo Fernández

 

“Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.” (Blade Runner, 1982)

En la Biblia, precisamente en Hebreos 11,  encontramos la siguiente sentencia: Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. O sea la confianza en que algo en que no tenemos seguridad, o que no existe en este momento es cierto y se puede realizar. Es decir que si utilizamos la misma definición para la ciencia ficción vemos que no se aleja demasiado de ella. Y es que el hombre siempre ha querido ver más allá de lo que tiene delante de sus ojos, de lo que hay detrás del ocaso del sol. Tiene la certeza de que lo que les hacen soñar las novelas de ciencia ficción y sus películas es posible, y que los universos que les muestran serán realidad en un futuro no muy lejano. Este género, la ciencia ficción, no es algo novedoso, ni ha surgido de la noche a la mañana sino que es algo que ha acompañado al ser humano desde la antigüedad hasta nuestros días, así que por ello damos la bienvenida al libro de Luis E. Íñigo Fernández, Breve Historia de la Ciencia Ficción (Nowtilus, 2024), en donde analiza las claves de este género y su evolución a lo largo de la Historia.

Podríamos decir que la ciencia ficción nació de forma paralela a la creación de la religión por parte del ser humano. Ya lo podemos observar en las aventuras, mundos, y artilugios que utilizaban los dioses de la antigüedad, ya fueran los promiscuos griegos y romanos, los valientes mesopotámicos con Gilgamesh a la cabeza buscando la inmortalidad, o en el más allá de los egipcios con sus mil y una pruebas para llegar o al paraíso o caer en el olvido completo. Y aunque con la llegada del cristianismo los sueños se convirtieran en anhelos de cielos iluminados por la faz de Dios Padre, la imaginación y el deseo de quimeras se sigue cultivando, ya fuera a través de cuentos populares, de las fantasías de alquimistas que dan vida a golems de barro primigenio, o de inventores que sueñan con máquinas del futuro.

Pero fue el siglo XIX y la literatura de fantasía o terror la que impulsó definitivamente a la futura ciencia ficción como la conocemos actualmente. Visionarios como Julio Verne y sus novelas Veinte mil leguas de viaje submarino o Viaje al centro de la tierra entre otras muchas; quiméricos como H. G Wells con sus inquietantes relatos centrados en los peligros de la humanidad y sus locos intentos por dominar la ciencia (La guerra de los mundos; El hombre invisible; o La máquina del tiempo); y literatos como la romántica Shelley o el oscuro Poe, fueron los que pusieron las bases iniciales de este género que tantos adeptos tiene en la actualidad. Desde ese momento, ya en el siglo XX,  la ciencia ficción se impone dentro del mundo de la literatura con Hugo Gernsback a la cabeza, o las elucubraciones robóticas de Asimov. Y fue en el siglo anterior cuando un invento vino a reforzar estos libros y estas revistas que hacían las delicias de los jinetes del futuro: el cine. Las sagas cinematográficas como la Guerra de las Galaxias, Star Trek, o películas como Encuentros en la tercera fase, Atmosfera Cero, Blade Runner, y cientos de ellas las que han traído luz, y color a la ciencia ficción. Sus imágenes refuerzan nuestra imaginación, y eso hace que más y más adeptos a este género crezcan día a día, ya sean en nuevas corrientes como el cyberpunk o el steampunk, o los que analizan cada libro y cada película desde puntos de vista realistas, feministas, religiosos…

Entrar en el mundo de la ciencia ficción es adentrarse en un universo en continua expansión, en donde solo la imaginación es una frontera en la que no existen límites. Es un mundo en donde caben todas las corrientes, ya sean literarias, a través de libros, revistas, fanzines; cinematográficas mediante películas o series; e incluso visuales en comics de bella factura. Es por ello que analizar la ciencia ficción es muy difícil debido a que no es posible abarcarla del todo ni etiquetarla con precisión milimétrica. Así que si quieren darse una vuelta por este género tan fascinante no dude en pasar un buen rato con Breve Historia de la Ciencia Ficción, con el que conseguirá una buena base para disfrutar de lo que hoy no es posible pero mañana sí y en el que todo es posible y más allá.

Luis E. Íñigo Fernández, Breve Historia de la Ciencia Ficción. Madrid, Ediciones Nowtilus, 2024, 399 páginas.


domingo, 3 de noviembre de 2024

CASABLANCA - Juan Tejero

 

“Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida.” (Humphrey Bogart, como Rick Blaine)

A mí me pasa como a Woody Allen. Ahora la tengo en DVD pero hace ya muchos años, en una galaxia muy muy lejana, la tenía en una cinta de VHS grabada de la televisión (entonces era la Segunda, creo recordar). Y, como decía anteriormente, me pasaba lo mismo que a Woody Allen al comienzo de Sueños de Seductor (1972), la veía una y otra vez, embobado y repitiendo los diálogos que me sabía de memoria. En verdad, aquella cinta de VHS la tenía bastante machacada. Puede parecer locura u obsesión, aunque no creo que sea así ya que las dos películas más visionadas de la historia del cine son sin duda Lo que el viento se llevó se llevó (1939) y de la que voy a hablar a continuación: Casablanca (1942), auténtico epítome para más señas, y el film más afortunado que existe, como muy bien nos recuerda el escritor, periodista y especialista en el Séptimo Arte, Juan Tejero, en su libro, que como no podía ser de otra forma se titula: Casablanca (Bookland Press editores, 2017). Hay cientos de estudios acerca del fenómeno Casablanca además del legado que nos dejó, no solo cinematográfico sino también filosófico, psicológico, histórico, etc. Y todos ellos coinciden, junto con éste de Juan Tejero, en que Casablanca no solo es una película extraordinaria sino que es todo un símbolo o como mínimo una de las leyendas del cine clásico estadounidense y universal por antonomasia. Al igual que todo el mundo va al café de Rick en la ciudad homónima del norte de África, creo que todo el mundo ha visto alguna vez en su vida este film (nunca se fíen de alguien que no la ha visto) y se han dejado influenciar por aquel microcosmos que representaba la Humanidad en aquellos primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Y si no la han visto… pues bueno, todavía tienen tiempo de hacerlo, aun pueden redimirse de ese baldón, pero les recuerdo que no lo dejen pasar en exceso ya que como dice el adagio: tempus fugit.

Aun así, para situarnos, y aunque confío en que no haya nadie en la sala que no la haya visto, pues siempre existe algún despistado, el argumento sería el siguiente: Casablanca, como ya he mencionado antes, es una ciudad situada al norte de Marruecos que en 1941, tras la entrada en París del ejército alemán y la caída de Francia con la instauración del gobierno títere de Vichy, se llena de refugiados que ansían escapar de las garras de la guerra y quieren un billete de avión que les sirva de trampolín con el que llegar a la mítica y libertadora América. Pero claro, para poder subirse a ese avión se necesita un costosísimo salvoconducto que se puede conseguir o bien por la vía legal a través de la corrupta policía francesa que está a cargo del prefecto de policía Louis Renault, o bien, y como los refugiados no pueden esperar una eternidad pues muchos de ellos son evadidos con peligro de ser detenidos por la misma Gestapo, recurren a puestos del mercado negro como por ejemplo el que regenta el orondo Ferrari en el Loro Azul. Y ya sea de una forma o de otra, y mientras el tiempo languidece con monótona languidez, como los versos de Paul Verlaine, todos pasan el rato yendo al local más famoso de toda Casablanca: El Rick´s Café, en donde una orquesta distrae los sueños de quienes quieren ver la antorcha de la Estatua de la Libertad.

Ahora nos queda aclarar quién es ese famoso Rick de quien todo el mundo habla. Se trata del oscuro Richard “Rick” Blaine del cual solo se sabe que tiene un pasado turbio y un halo de misterio que cuadra muy bien con los otros misterios que encierra esa pequeña ciudad marroquí. Todo son habladurías: unos te dirán que fue contrabandista de armas; otros en cambian aseguran que fue brigadista en la Guerra Civil Española y otros finalmente, asegurarán, ya rendida toda certidumbre, que es una figura envuelta en tinieblas y que desconocen el motivo por el que no se va a Estados Unidos. Lo que sí es cierto, en cambio, es que es un verdadero apátrida cargado de resentimiento, pasado ya de rosca y con un negro sentido del humor en el que se aprecia el dolor de vivir. Por ejemplo cuando una vez le preguntan acerca de su nacionalidad él solamente dice: “Soy borracho”; mientras que interpelado una vez por el prefecto de policía acerca del por qué esta en Casablanca, él responde alegando que “vine a tomar las aguas” y que “le informaron mal”. He aquí el dueño del único café del mundo en donde los maderos de deriva de la civilización acaban llegando. Y uno de esos maderos es su antigua amante Ilda Lund y su esposo, el heroico luchador de la resistencia: Victor Lazslo. Menuda casualidad, o como Rick diría con pesar: “De todos los cafés y locales del mundo aparece en el mío”. Ya es mala suerte. Y si además de que ese trío amoroso no fuera suficiente en aquel ambiente asfixiante de desesperación, se le añade el robo de dos salvoconductos nazis que permiten llegar a América; la lucha entre los antiguos amores y la aceptación de la realidad; la resistencia frente a los totalitarismos; la guerra, las ansias de libertad y la ironía de vivir en un mundo que se derrumba donde los protagonistas se enamoran.

El libro de Juan Tejero nos lleva a contemplar la epopeya de este icono del Séptimo Arte y de la cultura general, pues al igual que aparece en pantalla Casablanca si fue concebida en un mundo que se derrumbaba en la Segunda Guerra Mundial. Nuestra película tiene su origen en una obra teatral y en concreto en una experiencia personal que le ocurrió a uno de aquellos dramaturgos. La obra de teatro se llamaba Everybody´s comes to Rick´s y fue escrita por Murray Burnett y Joan Alison. Pues bien, la idea de esta obra teatral la tuvo Burnett cuando en 1938 viajó al sur de Francia y allí observó en un pequeño local, muy parecido al de Rick, a un grupo de refugiados del nazismo que añoraban con escapar de Europa, aunque, a diferencia de la película, éstos no miraban con anhelo la sombra de un avión que les ayudara a salir sanos y salvos de aquel infierno. Tiempo después la idea de la obra llegó a la productora Warner Bros, previo pago de 20.000 dólares a Murray Burnett y Joan Alison, pero cambiando el título a algo más exótico, Casablanca, a imitación de otra anterior llamada Argel (1938) en la que destacaban el lacónico Charles Boyer y Heidy Lamarr.

Y es aquí donde aparece la primera casualidad (de las muchas exitosas casualidades que jalonan la leyenda de Casablanca). El 8 de Diciembre de 1941, justamente un día después del ataque japonés a Pearl Harbour, y con el país supurando las heridas del ataque y la consiguiente entrada en la guerra, llegó a los estudios de Warner Bros la idea de producir la película. Por tanto, aunque suene un tanto fuerte, el primer escalón del éxito del film fue la entrada de los americanos en la guerra mundial ya que a partir de ese año, por un lado, los estudios empezaran a producir en masa películas patrióticas, que los actores acudieran a la llamada del deber, y sobre todo que debido a la escasez de materiales fílmicos hubiera pocos repuestos de películas en las salas de cine y que por ello Casablanca estuviera más tiempo en cartelera que otras que antes de la guerra solo duraban alrededor de una semana. Y, hasta finalmente la propia guerra la que hizo el trabajo de publicidad perfecto ya que el 8 de Noviembre de 1942 las tropas americanas desembarcaron en África, apareciendo en todos los periódicos el nombre de la ciudad de Casablanca. Rápidamente y aprovechando el tirón se pensó en estrenar el film antes de que terminara el año y se hizo el 26 de ese mismo mes, día de Acción de Gracias, en Nueva York. Un golpe de suerte tras otro.

Además, Estados Unidos, y los estudios de Hollywood se llenaron de excelentes actores europeos, emigrados desde sus países convirtiendo el plato de rodaje en una auténtica ONU con hasta 34 nacionalidades distintas. ¡Todo un guirigay de lenguas! Así pues se aprovechó esta cantidad ingente de refugiados para configurar una estela de actores secundarios que acompañarían a los actores principales a conseguir el milagro de una película que parecía condenada al fracaso desde el principio. Frente a ellos se encontraban, por un lado, y en una excelente forma artística, a Humphrey Bogart haciendo del sardónico Rick (existe el mito de que el papel se lo ofrecieron a Ronald Regan, pero solo era eso, una leyenda urbana); a Ingrid Bergman como Ilsa Lund; a Paul Henreid como el resistente y sacrificado Victor Lazslo (papel que no le gustaba en absoluto), o al malvado oficial nazi Heinrich Strasser, interpretado por alemán Conrad Veidt,  que curiosamente había huido de los propios nazis que lo perseguían. Y dirigiendo todo aquello, todo aquel conglomerado de actores de distintas nacionalidades y con egos tan dispares, la elección de Michael Curtiz fue todo un acierto pues era un director todoterreno y polivalente. Pero en este campo de actores, actrices y directores, no nos olvidemos de la segunda casualidad que ennoblece esta película. La actriz que iba a hacer de Ilsa en un principio no iba Ingrid Bergman sino Michele Morgan, pero el caché de la sueca era más barato, a lo que hay que añadir que Heidy Lamarr no estaba disponible en esos momentos. Y no quiero dejar en el tintero otra afortunada casualidad, ésta es la tercera: la música. La banda sonora estaba en manos de Max Steiner y está tan bien escogida y elaborada que impregna cada escena. Sobre todo lo más recordado entre todas estas composiciones fue sin duda el tema central interpretado por el jovial pianista Sam (Dooly Wilson): As time goes by. Pues bien, Juan Tejero, nos informa que el tema que toca y que es un auténtico calvario para Rick Blaine estuvo a punto de no existir ya que el compositor odiaba esa melodía y quería que fuera cambiada por otra más amorosa y sensual cantada por Lena Horner o Ella Fitzgerald… menos mal que se impuso el criterio de El tiempo pasará.

Y terminamos con el asunto de las casualidades afortunadas. Cuando se quiso comenzar a rodar la película ya se tenían elegidos los actores, las flamantes actrices, sus secundarios, los platos que recrearían la enigmática Casablanca, pero faltaba algo que sin ello no podía llegar a buen fin: el guión. Fue encargado a los hermanos Epstein, Julius y Philip, y también a Howard Koch que lo llenaron no solo de romanticismo, humor negro, cinismo y canto a la libertad frente a la opresión. Pero dicho guión que ahora nos maravilla no estaba muy pulido y continuamente las escenas se cambian de día en día al igual que los diálogos, se hacían correcciones y se improvisaba en la marcha volviendo loco a los actores, encolerizando, por ejemplo, a Bogart o despistando a la propia Bergman que tan descolocada estaba que hasta el último momento no sabía a qué personaje amaba, si a Rick o a Lazslo, vamos que no tenía ni idea de con quien se iba a subir al famoso avión.

Como se pude ver, y como muy bien nos señala Juan Tejero, Casablanca es no solo una película audaz, llena de improvisaciones o remiendos, sino que este hito del cine es todo un  milagro. Un milagro que siguiera adelante y tuviera el existo que tuvo y que sigue teniendo hoy en día. Pudo ser un simple folletín y no lo fue porque no se quiso desde el principio; pudo ser una mera película romántica y no llegó a ello porque Casablanca toca todas las fibras de nuestro ser; y tampoco fue un arma propagandística del sueño americano y de la América redentora porque es universal en su concepción y su espíritu y si no vean como se cuelan esas notas de la Marsellesa no solo en la banda sonora sino también a través de las puertas del Café de Rick y como todavía nos pone los pelos de punta verla cantarla a coro. Hay películas que se vuelven caducas con el paso del tiempo, otras que envejecen mal, pero hay otras que ganan cada vez que se ven pues son universales, observamos más matices en su desarrollo y en las interpretaciones de sus actores y te quedas con ganas de visionarla de nuevo porque ¿a quién no le gustaría tomarse algo en el Rick´s Café? Yo creo que a todos porque verla por primera vez es como conocer a alguien y porque, verdaderamente, es el comienzo de una hermosa amistad.

 Juan Tejero. Casablanca, Bookland Press editores, 2017, 332 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/casablanca-juan-tejero/