Todos estamos de acuerdo en que la Guerra Civil española fue una de las tragedias más duras de la historia de la humanidad. Hermanos matando hermanos, padres matando a hijos, hijos matando a padres, novias matando a novios, etc. Sin embargo, dentro de la tragedia se produjeron hechos anecdóticos que nos pueden arrancar una sonrisa o, incluso, una carcajada.
Uno de estos hechos la protagonizó en la batalla del Jarama un miliciano anarquista en el Pingarrón. La milicia de nuestro protagonista capturó a unos requetés navarros. Estos luchadores bravos, voluntarios todos ellos, carlistas y tradicionalistas, fanáticos religiosos que se habían preparado militarmente incluso antes de que se comenzara a gestar el golpe de Estado, se caracterizaban por su boina roja, sus grandes crucifijos y un bordado con el Sagrado Corazón que rezaba Detente Bala. Eran tan fanáticos en su modo de ver la religión que el político Indalecio Prieto llegó a decir que no hay nada más peligroso que un requeté después de comulgar. Un grupo de estos bravos guerreros carlistas fue capturado por una milicia de la CNT. Nuestro miliciano contempló a los requetés y se fijó en el Detente. Le sorprendió ve la inscripción y colocó a su portador junto a un árbol. Sacó su pistola y disparó a bocajarro al bordado del Sagrado Corazón. Evidentemente, el requeté murió, el Sagrado Corazón no detuvo la bala. Sin embargo el anarquista miró sorprendido a su víctima, al cañón de la pistola. Esperaba a que se produjera el milagro. Aunque ateo y anticlerical se sorprendió de que el proyectil no rebotara y salvara la vida al ejecutado.
Otra de estas anécdotas la protagonizó Valentín González, el Campesino. Este hombre tenía una peculiar forma de ajusticiar a los prisioneros italianos que caían en su poder. Los ejecutaba con la pluma. No piensen que les clavaba una estilográfica en la garganta o en las cuencas oculares. Era algo más sencillo. Tapaba los ojos a sus prisioneros y los ponía en fila. Después colocaba a un grupo de milicianos. Aquéllos esperaban a ser fusilados y, claro, la tensión de ver que la muerte se acercaba era tremenda. El Campesino gritaba “¡¡¡FUEGO!!!” y los milicianos disparaban al aire. Los prisioneros se sobresaltaban, lo que provocaba que las pulsaciones subieran hasta más de 300 al minuto. El proceso lo repetía 5 veces. Imagínense a esos pobres con los ojos tapados y esperando el abrazo de la muerte, un abrazo que no llegaba. En la sexta descarga, Valentín González se colocaba al lado de uno de los italianos, daba la orden de disparar, los milicianos volvían a disparar al aire, pero El Campesino, en esta ocasión pinchaba levemente al prisionero con un lápiz afilado, provocando un infarto que mataba al italiano.
Por: José Antonio