martes, 12 de julio de 2011

LA MALIBRÁN CONQUISTA MILÁN



María Felicia García, más conocida como la Malibrán (1808-1836) fue la diva de ópera más admirada de su época. Si en el siglo XX María Callas ha sido una de las más grandes, el XIX fue dominado totalmente por la primera. Su vocación por el bel canto le vino desde que nació ya que sus padres fueron el gran tenor Manuel García y la increíble soprano Joaquina Sitjes. Desde pequeña ya empezó hacer giras con sus padres despertando admiración entre los entendidos de la ópera. Un ejemplo de ello lo vemos en 1925 cuando en Nueva York tuvo un papel destacadísimo en la obra El barbero de Sevilla. Al día siguiente los periódicos dirían lo siguiente: “Era el imán que atraía todos los ojos y que ganaba todos los corazones”.

Aunque su vida sentimental y privada fue algo caótica  (se casó con un banquero caradura llamado Malibrán, de donde le viene su apelativo) su fama siguió imparable, despertando no solo admiración sino algunas envidias que pronto supo combatir. Y es en este punto donde principia esta historia con minúsculas que quiero presentarle. Parece ser que cuando se hizo totalmente famosa y era una autentica diva se permitía elegir sus propias obras. No se amilanaba ante ningún reto y por ello eligió interpretar  Norma en la misma Scala de Milán. Este hecho que a nosotros nos puede parecer trivial en aquella época era un imposible, pues cada cantante de ópera tenía una obra o lugar especial, un territorio identificativos que ninguna otra diva podía pisar. En este caso Milán y La Scala era terreno de Giuditta La Pasta y su especialidad era Norma precisamente. Incluso se dice que Bellini la compuso pensando en ella.

Esta decisión causó un gran revuelo, pero la Malibrán no se echo para atrás. La noche del estreno iba a ser tormentosa pues tenía no solo al público milanes en contra sino incluso a la mismísima La Pasta que había acudido a la obra para ponerla nerviosa y sentir el calor de sus admiradores. Pero… La Malibrán lo bordo. Se salió. Dejó a todo el mundo mudo de admiración cayendo rendido a sus pies, aunque a lo lejos se oía un débil abucheo. Parecía que todo había salido bien, pero La Pasta volvió al día siguiente. Nadie la hizo caso ya, y María Felicia los volvió a dejar atónitos con una representación que pasará a la historia.  La diva de Milán tuvo que aceptar su derrota y admitir que su tiempo había pasado. Toda una lecciónYa no tenía un publico en contra, hostil y malhumorado, sino un auténtico ejército de fieles admiradores y enamorados. La querían tanto que al terminar esta segunda actuación pensaron en acompañarla a su alojamiento y para ello desengancharon los caballos del carruaje y decidieron sustituirlos ellos mismos.

La joven Malibrán, aquella niña que tuvo un difícil aprendizaje de niña en donde se dice incluso que su padre le daba patadas para que aprendiera las lecciones de canto, había conquistado el mundo y el corazón de todos.