El Camino de Santiago no solo ofrece paz y entendimiento entre las personas de buena fe sino que también nos enseña otra cara más amarga pues junto al recogimiento cristiano existe una historia más negra… la del odio y la marginación. Les voy hablar sobre dos etnias que fueron despreciadas por sus vecinos y que han tardado muchos siglos en reinsertarse a la sociedad. Los Agotes y los Maragatos.
La superstición ha hecho un mal perverso a estas pobres gentes que solo han deseado vivir en paz con los demás. Empecemos con los primeros, los Agotes. Se alojan sobre todo en los valles de Navarra como Baztán o el Roncal, y en aldeas como Arizkun. Los Maragatos en cambio se centran en una zona llamada La Maragatería, en León. Ambos han sido marginados durante siglos debido a recelos infundados debido a sus peculiares costumbres folclóricas u oficios. Por ejemplo los Maragatos han sido humildes mercaderes o transportistas, mientras que los Agotes desgraciadamente han llegado a ser esclavos de la gleba.
Estos recelos, envidias e incomprensión han llevado a ser excluidos de cualquier contacto con la sociedad, llegando a que estas sociedades practicaran la endogamia pues cualquier relación fuera de su entorno no era consentida. A los viajeros que hacían el Camino muchas veces se les recomendaba que no atravesaran estas poblaciones si no querían acabar mal. Este racismo llegaba al paroxismo prohibiéndoles ejercer cualquier cargo público, sentarse junto a la gente en oficios religiosos o en cualquier banco de la calle, o que participasen en fiesta comunales.
La estulticia de los vecinos era enorme pues pregonaban incluso que estas buenas gentes propagaban la lepra, sin darse cuenta que la suciedad en la que se hallaban se debía sobre todo a la extrema pobreza en que vivían debido al aislamiento. Para diferenciarlos de los demás vecinos de otros lugares se les obligaba a que cosieran en sus pobres ropajes una pata de oca o de gato. Pero si analizamos este hecho observaremos que esta idea de marcarlos con el símbolo de la pata de oca hallaremos un hilo muy interesante con la antigüedad. Si seguimos la historia de Salomón y su famoso Espejo o Mesa, podemos saber que cuando el sabio Salomón construyó su templo encargó su obra a un arquitecto de origen fenicio llamado Hirám. Éste, además de efectuar la obra, erigió dos columnas a la entrada llamadas Jakim y Boaz coronadas con el símbolo de la flor de lis, imagen de sabiduría. Una leyenda dice que unos canteros envidiosos de su maestro lo mataron y por ello quedaron malditos, obligados ellos y sus descendientes a llevar de por vida una pata de oca en la ropa. Se dice que se llamaron agotes y que en su divagar maldito atravesaron los Pirineos y se alojaron en España, en las regiones ya mencionadas.
Sean, según la superstición popular, canteros malditos, esclavos fenicios y romanos huidos, cataros condenados o incluso desertores de las tropas de Don Pelayo, estas pobres gentes han sufrido durante siglos la animadversión de las gentes que andaban por el Camino de Santiago y por sus vecinos más próximos, y es por ello que esta historia nos ha de servir de advertencia contra los infundados recelos que podemos sufrir con respecto a personas que no conocemos.