Washington Irving llega a la Alhambra en 1829. Mientras va gestando sus famosos Cuentos, establece relaciones muy estrechas con sus guardianes que le introducirán en la vida cotidiana de una Alhambra abandonada. Son tiempos políticamente revueltos para España y en especial para Granada. Irving conoce a Manuel Cid, un joven pintor, que recogerá el testigo de su amor por la Alhambra. Cuando Irving se ausente será Cid el guía de todos los viajeros románticos que llegarán a Granada inspirados por los Cuentos de la Alhambra. Llegará Mérimée (creador del mito de Carmen), Gautier (el autor de La novela de la momia), Richard Ford (el hispanista que más divulgó las costumbres españolas) o el gran Dumas (padre de Los tres mosqueteros). A todos y muchos más sirvió Cid de cicerone apasionado. Pues Manuel es un hombre romántico e impetuoso que sólo ha conocido dos amores, el de la lucha por la Alhambra y el de la joven Francesca, condesa italiana, con quien vivirá un amor adúltero y arrebatado. Ni las maldades que urde su esposa contra él al verse engañada, ni los desbordamientos del río Darro, ni la llegada del cólera morbo a la ciudad, ni siquiera los temibles incendios que devastarán calles y casas, conseguirán separarlo de Francesca.
Texto: Martínez Roca