Con la llegada de la Ilustración a España en el siglo XVIII la conexión de la Península con Europa se hacía indispensable para que entraran las nuevas ideas extranjeras y limpiasen con aire fresco los oscuros rincones de ignorancia que el paso de los siglos habían depositados en muchos rincones de nuestra historia. Por ello se hizo también necesario crear igualmente una conexión entre la Meseta y Andalucía para que los productos llegados a Cádiz desde América pudieran comercializarse más rápidamente. Había algo que frenaba ese avance, y no era ningún ejército enemigo sino un muro de piedra llamado Sierra Morena infranqueable en muchos lugares. A eso hay que añadirle que era un lugar infestado de bandoleros que escondidos en sus cuevas oteaban con deleite cualquier carroza o mensajero que valientemente anduviera por los quebrados pasos que había en la Sierra.
Se buscó varios lugares para construir una carretera que permitiera paso franco hasta que el ingeniero Joaquín Iturbe halló un camino seguro en el desfiladero de Despeñaperros. Por allí, después de años de obras comenzó a entrar la modernidad asustando con su luz a los aguerridos bandoleros que copaban Sierra Morena. Esto tuvo como consecuencia que el negocio del asalto disminuyera quedando muy pocas bandas armadas que se arriesgaran a salir de sus escondites. La situación se volvió favorable a los comerciantes y a los viajeros pero cayó en detrimento de otro elemento típico del turismo español, a saber la búsqueda de la España de Merimeé, sus carmenes y sus patilludos y entallados bandoleros que se jugaban la vida escopeta al hombro.
Dumas que había preparado un viaje exótico España, siguiendo la moda de los grandes escritores europeos de visitar las curiosidades españolas, sabía de la situación en que se encontraba el país así que para que todo saliera a pedir de boca para sus acompañantes (Dumas hijo, su amigo Augusto Maquet, el escritor Eugen Giraud, y los pintores Adolfo Desbarolles y Luis Boulanguer) y que no faltara ningún elemento típico andaluz, antes de emprender el viaje envió por correo desde París hasta España un talón de mil francos a un conocido jefe de bandoleros de la zona de Despeñaperros para organizar una “supuesta” emboscada, y de esta manera sus amigos pudieran ver las curiosas costumbres del país. Por supuesto sus acompañantes no sabrían nada y todo quedaría en un susto la mar de divertido devolviéndoseles luego en un lugar apartado las pertenencias sustraídas. Dumas ya se relamía pensando en lo ingenioso que iba a ser el atraco, cuando días después recibió noticia por correo del mismo bandolero diciendo que sentía no poder atender su petición pues ya estaba apalabrado con otros viajeros a los que iba hacerles la misma emboscada-espectáculo. Junto con la carta el bandolero mandó el recibo del talón junto con el justificante. Actualmente la correspondencia entre ladrón y Dumas se guarda en la Biblioteca Central de la Universidad de la Sorbona.
Parece ser que Dumas no fue tan ingenioso como parece.