Ahora estamos acostumbrados a ir a un centro comercial y tener la oportunidad de comprar cualquier producto a tocateja o si es muy caro en cómodos plazos que se pueden demorar en meses o años con total comodidad para el cliente. Pero hace algunos años mucha gente no tenía la oportunidad de conseguir enseres de primera necesidad debido a su magra economía o porque vivían en lugares alejados de los centros comerciales. Es por ello que para muchas personas la figura de un vendedor que le acercase los productos al hogar era esencial. La persona que mejor lo ha encarnado, sea a pie, en burro o con un canasto de mimbre al hombro, fue el ditero.
Era como un vendedor puerta a puerta que se encargaba de vender a plazos, sobre todo a amas de casa, todo tipo de elementos para el hogar: platos, sabanas, cubos, sillas, mesas, electrodomésticos... Esta venta podía ser a plazos fijos, o según fijara el comprador dando un mes una peseta, al otro dos y así hasta que terminara de pagar el material. Incluso se dieron casos de personas que solamente “alquilaban” los enseres y cuando ya no los necesitaban los devolvían intactos habiendo pagado mensualmente al ditero.
Éste anotaba todas las transacciones y alquileres en un libro de “ditas” que eran previamente confeccionados en una imprenta. Este tipo de negocios estaba al margen de la ley, aunque era cosa común verlo por la calle día a día, y es por ello que al no ser contemplado por las autoridades, la venta de los diteros no tuvieran seguros ni se pudieran amparar en la ley por lo que solamente la psicología del vendedor podía solventarle el problema con los morosos que alguna vez no querían pagarle.