En 1818 el explorador italiano Giovanni Caviglia descubrió entre las patas delanteras de la Gran Esfinge de Giza una estela de granito rosa de 3,60 metros de altura que revela la promesa que hizo el faraón Tutmosis IV a la Esfinge cuando era solamente príncipe de Egipto. Durante el Reino Nuevo (1550-1070) la planicie de Giza era zona de recreo de los jóvenes potentados, donde podían hacer carreras de caballos, tiro al arco y practicar el deporte rey de la época: la caza del león. Al igual que sus iguales el joven Tutmosis también gustaba de ejercitarse en aquellas soledades y un día después de una dura cacería fue a relajarse a la sombra de la Esfinge, que en esos momentos estaba cubierta de arena hasta la mitad, quedándose muy pronto dormido. Fue en ese momento cuando la gran escultura se le apareció en sueños diciéndole que llegaría al trono si le liberaba de la arena que había en su base. Nada más convertirse en Faraón Tutmosis IV no se olvidó de su promesa y en su primer año de reinado la limpió, y para que la arena nunca ahogase a la Esfinge hizo construir también un muro de ocho metros a su alrededor.
Parece ser que la relación de esta escultura con la familia de Tutmosis se remonta a su padre Amenofis II el cual también tuvo una revelación. Un día que hacía carreras de caballos entre Kefrén y Keops, al igual que su hijo, paró para descansar cerca de la Esfinge. Quedó tan absorto por su belleza y sensación de inmortalidad que decidió hacer un santuario al nordeste de donde se encuentra la estela que años después hizo Tutmosis IV.