No sé si se acuerdan ustedes de la película Poltergeist (1982) en que una típica casa de extrarradio americana comenzaba a llenarse de espíritus y empezaban a salir muertos y ataúdes de las paredes. A pesar de lo truculento del argumento hay que reconocer que este film se ha convertido en todo un clásico del cine de fantasía que ha encandilado a distintas generaciones desde que se estrenó allá en los años 80. Pues bien, aunque les parezca descabellado la historia que les ofrezco hoy no se aleja tanto del argumento anteriormente citado, y bien podría darse de nuevo en un sitio muy concurrido del centro de Madrid. Nada más ni nada menos que en la estación de Metro de Tirso de Molina.
No se asusten, y permítanme que les aclare el asunto. En 1921 las autoridades de la ciudad, a bombo y platillo, inauguraron lo que en aquel momento se conoció como la Estación de Progreso, ubicada bajo la plaza del mismo nombre, hoy conocida como de Tirso de Molina. Este terreno anteriormente había albergado el Convento de la Merced, en donde había vivido el autor del El Burlador de Sevilla, pero que en 1834 había sido abandonado por los monjes ya que fue derribado debido en ell proceso de desamortización propiciado por Mendizábal. El tiempo pasó y la ciudad se fue modernizando. Un día unos obreros que estaban excavando bajo la plaza para construir una estación de metro de la Línea 1 al hacer un hueco en la tierra vieron con horror que había un buen número de esqueletos que sobresalían de la pared. Aquellos operarios sin quererlo habían encontrado el antiguo cementerio del convento. ¿Qué hacer con ellos? La exhumación de los huesos retrasaría las obras así que las autoridades decidieron dejarlos en las paredes que hoy son el andén de la estación, tal cual, y para que nadie se asustase mandaron tapizarlas con azulejos de colores.