Uno de los
símbolos más importantes de las Olimpiadas es la gran llama que preside desde
lo alto el estadio olímpico durante todo el tiempo que dura este evento. Pero
¿de dónde vino la idea? En las Olimpiadas de Ámsterdam de 1928 el arquitecto
del estadio Jan Wils, creyó que sería emotivo que la antorcha permaneciera
encendida todos los días, simbolizando así la leyenda de Prometeo quien había
tenido la osadía de robarle el fuego a los propios dioses para después
entregarlo a los mortales y sacarlos de este modo de las nieblas de la
ignorancia. Cuatro años después, durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles (1932)
el padre de las olimpiadas modernas el barón Pierre de Coubertain decidió
institucionalizar este símbolo en un discurso pronunciado durante la clausura
de dichos juegos:
Que la antorcha olímpica siga su curso a
través de los tiempos para el bien de la humanidad cada vez más ardiente,
animosa y pura.
La costumbre de
hacer una cadena mundial de personas que portan la antorcha desde Grecia nació
durante las Olimpiadas de Berlín de 1936 cuando ésta salió con dirección a
Alemania desde el Templo de Hera, en Olimpia, y fue llevada por varios
relevistas a través de media Europa.