Se dice que cuando Hernán Cortés estaba cerca de
Tenochtilan, un buen día un pájaro, parecido a una gallina, pero más gordo, se
paró delante de su caballo. A los conquistadores les llamó mucho la atención
aquel animal pues al igual que la mencionada gallina parecía no volar y además
se paseaba delante de ellos con el pecho inflamado, tan gallardo y con las
plumas negras y rojas erizadas, que muy pronto los hombres de Cortés empezaron
a decir que se parecía a un pavo real. De ahí le vino el nombre de pavo.
Muchos de ellos,
temerosos de que aquel ser fuera peligroso, le empezaron a tirar piedras para
alejarlo, pero un indio llamado Ayauhtli (Niebla) les dijo que lo dejaran en
paz pues además de ser un animal sagrado que servía como intermediario para
pedir lluvia a los dioses, también era un animal muy rico. Y para demostrar
esta afirmación lo cazó y les preparó una comida con él. Ésta consistía en una
cazuela de pavo hervido recubierto de chocolate caliente. Cortés y los suyos al
asomarse a aquel comistrajo, al verlo tan oscuro les produjo arcadas pero
cuando lo probaron les pareció un manjar digno de reyes. De este modo, cuando
aquellos conquistadores volvieron a la Península no se olvidaron de traer una
buena provisión de chocolate y “gallinas de las Indias”, las cuales adquirieron
tanta fama que pronto fueron conocidas en las mejores mesas de Europa.