Manuel Godoy
(1767 – 1851) era natural de Badajoz, y pertenecía a una familia hidalga pero
pobre. Entonces ¿cómo fue posible que a partir de los diecisiete años comenzara
una espectacular carrera llegando a ser Ministro Universal, Príncipe de la Paz,
Generalísimo e incluso Grande de España? Pues gracias, por un lado al fruto de
la encina, es decir la bellota, y por otro el encaprichamiento de una reina y
la bonhomía de un rey. Me explico: en 1784 Manuel Godoy llega a la Corte de Carlos
III como simple guardia de Corps, y muy pronto comenzó a gozar de la vida
festiva de Madrid. Era costumbre de esta guardia que durante la Semana Santa
sacaran en procesión a un Cristo que era venerado en la iglesia de San
Sebastián situado en la calle de Atocha. Parece ser que los guardias tenían por
costumbre, mientras avanzaba la procesión, galantear con las damas. En una de
estas festividades, en 1788, se dice que Manuel Godoy, al igual que sus
compañeros, también hacia galanterías a las mujeres, pero a él se le había
ocurrido llevar un pequeño saco de bellotas para arrojarlas de manera graciosa
a las que le parecían más guapa. Tanto se esforzaba al arrojarlas que hubo un
momento que perdió el equilibro, hecho que asustó a su propio caballo el cual dio
un traspiés y le arrojó al suelo, con lo que el Cristo y sus compañeros se
cayeron también.
La noticia de
este accidente llegó a oídos del príncipe Carlos (futuro Carlos IV) y rápidamente
llamó al travieso Godoy para reprimirle tan fea conducta. Mientras el príncipe
y su esposa Maria Luisa de Parma, le preguntaban los motivos de aquel
estropicio, la charla se fue haciendo muy amena al comprobar la joven pareja
real que tenían gustos parecidos con el guardia de Corps, pues a este le
gustaba jugar al ajedrez como a Carlos y tocar la guitarra al igual que a Maria
Luisa. Desde ese momento se hicieron compañeros inseparables. Godoy había
encontrado el camino hacia la gloria.