¿Nunca se han
preguntado qué pensaban los dictadores europeos, Hitler o Mussolini, sobre su amigo Franco? Pues aunque parezca que
estos tres estaban muy unidos, el concepto que tenían del caudillo español no
era muy bueno que digamos. Un ejemplo: cuando el dirigente alemán se reunió con
Franco en Hendaya en 1941, el primero tuvo que soportar durante horas el
parloteo continuo de este ultimo sobre las glorias militares de España, la
historia y gestas que protagonizó en el Rif o la importancia que tenía
Marruecos para el Eje. Hitler, que era una persona a la que le gustaba dominar
cualquier conversación, en cuanto pudo alejarse de Franco, lo primero que le
dijo a uno de sus colaboradores fue que prefería que le arrancaran una muela a
tener que volver a escucharle de nuevo.
Pensaba que
Franco era una persona oscura y siniestra, y que su régimen era una locura
“clerical y reaccionaria”, e incluso más de una vez pensó en eliminarle para
poner en su lugar a un gobierno dirigido por falangistas, a los que consideraba
que eran, junto con los nazis, la verdadera esencia antimarxista. No comprendía
por qué tenía que estar escoltado por una guardia mora, y además, y en esto
coincidía con su jefe de propaganda, Goebbels, no se cansaba de decir que
Franco se había alzado con el triunfo en la Guerra Civil gracias a su ayuda y a
la de Mussolini. Es decir que era un jefe de carambola.
Y ya que sale la
figura del Duce italiano, decir que
la opinión que éste tenía de Franco no era tampoco nada buena. Continuamente se
quejaba de la actitud bélica del español, de lo poco decidido que era y sobre
todo de la lentitud en tomar decisiones estratégicas para acabar con el
enemigo. Una vez, entre risas, le dijo al conde Ciano, ministro suyo y yerno
por partida doble, que “este hombre no sabe hacer la guerra o no quiere”.
Como se puede
ver sus queridos amigos le tenían por charlatán, fatuo, oportunista y lento de
entendederas. Ya lo dice el refrán: Para
que tener enemigos si tengo amigos como tú.