La revolución industrial fue otro de esos
saltos extraordinarios hacia delante en la historia de la civilización.
(Stephen Gardiner)
Ahora lo tenemos
bastante fácil. Si se nos acaba la comida bajamos al supermercado a comprar lo
que necesitamos. Si, igualmente, se nos rompe la lavadora, el ordenador, el
coche, etc… no hay que esperar años para conseguir otro pues cerca de nuestra
casa existen tiendas o concesionarios donde podremos sustituir lo estropeado.
Lo vemos como algo evidente, pero hace cientos de años estas transiciones
rutinarias no eran tan factibles, fuera por imposibilidad monetaria o de
genero. Hasta mediados del siglo XVIII la vida del campesino u obrero, desde
que aparecía el sol hasta que anochecía, era la misma: crear género de manera
artesanal para un consumo inmediato destinado para si mismo o para su señor. Y
así un día tras otro. El artesano, ya cultivara la tierra, confeccionara
herramientas, telas o adornos, era, en principio, dueño de su producción y
posteriormente lo legaba al comerciante por un módico precio. Pero pasado un
tiempo algo empezó a cambiar en Europa. Nuevos vientos corrían y un giro en la
producción hizo surgir una etapa de crecimiento que se conoció universalmente
como La Revolución Industrial. Un
estallido que todavía hoy sigue marcando nuestros mercados y formas de entender
el mundo. (Continua)
El escritor Luis
E. Iñigo Fernández, es el encargado de zambullirnos en esta apasionante
historia a través de su libro Breve
Historia de la Revolución Industrial, publicado por la prestigiosa
editorial Nowtilus. A través de su lectura podemos ver como este movimiento es
la suma de una serie de cambios sufridos en la industria de Gran Bretaña entre
1730 y 1850 y que afectó tanto a la economía agrícola, comercial e industrial
gracias a la implantación de nuevos sistemas de producción a través del
alumbramiento de máquinas especificas, afectando sobremanera al crecimiento de
la población y por encima de todo al nacimiento de nuevas formas políticas como
el liberalismo, capitalismo u organizaciones sociales. Podemos establecer, por
tanto, las causas que propiciaron estos cambios industriales:
La más
importante, desde mi punto de vista fue la revolución tecnológica: James Watt,
por ejemplo inventó, o mejoró la máquina de vapor lo que propició que en el
campo de la minería se pudieran extraer más minerales como el carbón, haciendo
que este fuera más barato y asequible. Esta aplicación hizo que las fábricas
pudieran trabajar durante más tiempo teniendo como consecuencia que el hilado o
el tejido aumentara de manera exponencial creándose por ejemplo la lanzadera
volante en 1733 o el telar automático en 1784. Las mejoras técnicas y las
nuevas máquinas hacen que se roturen extensiones más grandes y aumente la
producción (revolución agrícola). Por tanto hay más comida y ello hace que haya
un crecimiento demográfico elevado, reduciéndose la mortalidad (revolución
demográfica). La población ya no está atada a la tierra y gracias a la
invención de medios de transporte como el ferrocarril o la máquina de vapor
pueden ir libremente a cualquier trabajo. Es por ello que las ciudades sufren
un gran crecimiento en detrimento del campo que comienza a despoblarse en
algunos puntos.
Todas estas
novedades parten principalmente de Inglaterra, país que podemos considerar como
padre de la Revolución Industrial. El autor, con tono apasionante y didáctico,
nos enseña que en poco tiempo este nuevo modelo comienza a viajar por todo el
mundo y a mediados del siglo XIX se habla ya de una segunda revolución
industrial a la que se suman países como Japón, Estados Unidos y una gran mayoría
de países europeos como por ejemplo Alemania. Del planteamiento inicial ingles
las ideas de estos otros lugares hace que aparezcan modernas innovaciones en
multitud de campos como la siderurgia, la electricidad, la química e incluso el
petróleo. El país o imperio que no se suba en estos momentos al tren de la
revolución evidentemente se convertirá en un territorio de segunda o tercera
división, a la trasera de los demás.
Pero hay que
decir que aunque parezca que la revolución industrial fue siempre buena,
también tuvo su lado negativo pues el obrero, como era anteriormente en la era
artesanal, ya no es dueño de lo que produce y si quiere algo tiene que
comprarlo. Surgen magnates por doquier a los que solamente les importa una
cosa: producir más y más para conseguir dinero sin importar el coste humano.
Aquel campesino, que ha abandonado el terruño se encuentra ahora en una ciudad
que no conoce, trabajando un sinfín de horas sin descanso y siendo explotado
hasta la extenuación. La clase obrera sufre, incluso los niños y las mujeres
son obligadas a laborar como bestias. Esto hace que poco a poco vayan surgiendo
movimientos obreros que tienen la única finalidad de defender al obrero de la
explotación de estos nuevos tiranos modernos. Todo ello ocasiona huelgas,
destrucción de máquinas, y violencia tanto física como moral. En resumidas
cuentas, no es oro todo lo que reluce en este nuevo mundo industrial.
Esta humilde
reseña es solamente un bosquejo de lo que pueden encontrar entre las páginas
del magnifico ensayo de Luis E. Iñigo Fernández, Breve Historia de la Revolución Industrial. No teman abrirlo por
temor a encontrar una narración árida trufada de teorías económicas pues junto
a los puntos básicos de esta historia encontrara una auténtica epopeya en la
que el componente humano se convierte en algo esencial para comprenderla.
Conozca como el mundo creció y como lo vivió la población. Sepan como se vivía
antes de todo este cambio y cuales fueron sus consecuencias. Un libro
apasionante de principio a fin. En verdad se lo recomiendo.