El 23 de Marzo
de 1369 se produjo uno de los momentos cruciales de la Historia de España. Una
nueva dinastía, los Trastámara, llegaba al poder tras una cruenta guerra civil
que tuvo como origen dilucidar los derechos sucesorios al trono del rey Pedro I
el Cruel, y el pretendiente y hermanastro del anterior Enrique, conde de
Trastámara. Éste último, parece ser, demostró
más pericia en el campo de batalla pues consiguió cercar al rey en el castillo
de Montiel (Ciudad Real). Éste, viendo que no tenía ninguna esperanza de
escapar, consiguió contactar con uno de los mercenarios franceses de Enrique,
llamado Bertrand du Guesclin, al cual prometió una cuantiosa fortuna por
ayudarle a escapar.
La tarde del 22
de Marzo el rey esperó a su aliado junto a las murallas, y cuando llegó la
noche, al amparo de la oscuridad, emprendió la huida acompañado por un puñado
de hombres. Pero dio la casualidad de que al pasar cerca del campamento enemigo
apareció en ese preciso momento Enrique armado hasta los dientes. En un
principio, puesto que habían pasado unos cuantos años sin verse, éste no
reconoció a su propio hermano, pero uno de sus hombres comenzó a gritarle:
“Catad que ese es vuestro enemigo”. Lo curioso es que Enrique seguía sin verlo
claramente, hasta que fue el mismo Pedro quien encarándose con él le espetó a
la cara: “Yo só, yo só”. Más le hubiera valido estarse callado.
Como lobos
hambrientos, se lanzaron uno contra el otro enfrentándose cuerpo a cuerpo
rodando por el suelo. Enrique consiguió hacerle una herida en la cara, aunque
enseguida se demostró que Pedro era más fuerte y que tenía las de ganar. Cuando
parecía que el pretendiente iba a morir, inesperadamente el mercenario francés
agarró al rey Pedro por las piernas y lo volteo diciendo:
Ni quito ni pongo rey, sino ayudo a mi señor.
Aquello le
ofreció una oportunidad única a Enrique, el cual hundió su cuchillo en el
corazón de su hermano, y acto seguido le cortó la cabeza. Una traición llevó al
trono a los ambiciosos Trastámara.