Se sabe que
antes de que los europeos llegaran al Nuevo Mundo ya había perros allí. A
diferencia de los traídos de fuera que eran más ladradores éstos se
caracterizaban por ser mansos, callados, y estar algo más gorditos ya que se
aprovechaban sobre todo para comida. La utilización de perros en América tiene
sus antecedentes pues ya en la Conquista de las Islas Canarias (1480) el nuevo
gobernador de aquellas islas, Pedro Vera Mendoza, gran aficionado a la caza, no
dudó en utilizarlos para atacar a los guanches o emplearlos en cruentos
combates venatorios contra guerreros nativos. La Iglesia denunció estos hechos
tan deplorables a los Reyes Católicos los cuales esta vez enviaron a Vera
Mendoza a la Guerra de Granada. Y se sabe que allí también los utilizó contra
los moros.
Pues bien,
cuando Cristóbal Colón hizo escala en las Canarias camino de América se
entrevistó allí con Beatriz de Bobadilla
quien le informó sobre la utilización de perros en combate aconsejándole que se
llevara alguno por si tenía problemas al otro lado del Mar Tenebroso. Pero
Colón no le hizo caso y no se llevó a ninguno en su primer viaje. En cambio sí
lo hizo en el tercero (1493). Parece ser que la persona encargada de pertrechar
a los barcos de la flota, Juan Rodríguez Fonseca, arcediano de Sevilla, creyó
oportuno llevarse un total de 20 mastines, cruzados con dogos, para que
sirvieran en el combate, o como catadores por si los indios les querían dar
alguno alimento envenenado. Desgraciadamente más de uno de estos canes, en
cambio, fueron utilizados de alimento de los conquistadores debido al hambre
que pasaron en la búsqueda de sus sueños de fortuna.
La primera vez
que los perros actuaron en una batalla fue en 1494 en la zona de Puerto Bueno
(Jamaica) cuando unos marineros que hacían allí aguada fueron atacados por los
indios. Uno de los perros saltó a la playa y sin dudarlos un momento arremetió
contra ellos haciendo una gran escabechina entre los atacantes. Pero el
despliegue total de los 20 mastines se produjo un año después (1495) en la Vega
Real cuando el cacique Guatiguaná atacó a Alonso de Ojeda y éste no dudó en
utilizarlos en medio de la batalla, decantando la victoria del lado de los
españoles. Desde entonces se utilizó a los perros para cualquier acción o
función: en la guerra; para perseguir a indios fugitivos; para luchas circenses
contra indios rebeldes; rastreadores, guardadores de plantaciones, fincas y
rebaños; o como arma intimidatoria (Cortés los utilizó de este modo en la
conquista de Méjico). Al principio casi todas estas acciones fueron llevadas
por los 20 mastines originales pero tras ver lo valiosos que eran se comenzaron
a traer de Europa más alanos y mastines. Pero como se les daba de comer tanto y
se les trataba tan bien, pronto aumentaron de forma desmesurada dándose incluso
casos de perros que se escaparon a la selva, denominados cimarrones, convirtiéndose en una verdadera amenaza tanto para
indios como para españoles.
De entre todos
los perros que fueron con los conquistadores, algunos han pasado a la historia
con nombre propio. Es el caso de Becerrillo,
Leoncio o Bruto. El primero pertenecía al conquistador Alonso de Salazar. Era
tan arriesgado que murió en plena batalla. Fue enterrado en secreto para que
los indios no sospecharan que había muerto uno de sus grandes enemigos. Pero
como el Cid, luego era paseado en mitad del combate para amedrentar a los
indios. Leoncio, en cambio, fue el perro de compañía del descubridor del Océano
Pacífico Núñez de Balboa. Es decir que este can tuvo el privilegio de ser el
primer perro que metía sus patas en aquel lago español tan enorme. A diferencia
de Becerrillo, éste no murió en acto de servicio sino que fue envenenado por un
soldado español el cual quería violar a la bella india Caretita, amante de
Núñez de Balboa. Como Leoncio guardaba celosamente a su dueño el rijoso soldado
no le quedó otra que matarlo utilizando un cuenco de carne de envenenada. Y
finalmente nos queda hablar de Bruto, que pertenecía a Hernando de Soto,
explorador de la Florida. Era tan fiero que no dudaba en adelantarse a sus
compañeros de armas y atacar el solo al enemigo. De resultas de estas
temerarias acciones murió al atravesar un río y poner en fuga a más de un
centenar indios. Cuando encontraron su cuerpo tenía más de cincuenta heridas.
Pero su muerte había sido rápida ya que una flecha envenenada había acabado con
sus ansias de victoria nada más entrar en combate.