Se trataba de
una orden religiosa muy estricta que mortificaban sus cuerpos a base de
latigazos o flagelos para expiar sus pecados. De ahí les viene su nombre. Estos
flagelantes aparecieron en el siglo XIII en el Norte de Italia, en la región de
Perugia. En sus comienzos eran pocos pero con el boom producido por la peste negra en 1348 sus miembros aumentaron
de manera espectacular ya que mucha gente creía que el fin del mundo estaba
cerca. Sus manifestaciones religiosas eran muy curiosas: iban de población en
población, en columnas, precedidos por estandartes y cruces (por lo que también
se les conocía como cruciferi), y
mientras entonaban cantos religiosos se flagelaban fuertemente hasta tener la
espalda en carne viva. Éstos llevaban la cabeza tapada y el torso desnudo, y su
acción de darse latigazos duraba unos treinta y tres días. Los mismos que había
vivido Jesucristo. En un principio eran acogidos muy bien por las poblaciones por
las que pasaban pero sus ataques contra los judíos y los rumores acerca de que
rechazaban los sacramentos y ponían en duda la jerarquía eclesiástica produjo
que el papa Clemente VI en 1349 considerara a la congregación de flagelantes
como un movimiento herético.