En 1390 el
emperador Teodosio decidió aniquilar a la población de Tesalónica como
represalia por un alzamiento que se había producido en aquella ciudad griego en
contra de su propia persona. Cuando la noticia de aquella matanza llegó a Italia
la iglesia quedó horrorizada, sobre todo el obispo de Milán, Ambrosio. Debido a
ello prohibió al emperador la entrada a la entonces capital del Imperio Romano
pues tenía “las manos manchadas de sangre”. Para que expiara su culpa y pudiera
volver a la ciudad el obispo le impuso a Teodosio una dura penitencia que
consistía en ir “vestido de saco y ceniza. Debes permanecer delante de la
iglesia y allí pedir limosna de la oración de la gente hasta expiar tu culpa”.
Ante el asombro de todo el mundo, y como ejemplo del gran poder que tenía la
Iglesia, el emperador permaneció un total de cuarenta días vestido de esta
guisa y con la cabeza llena de ceniza, hasta que terminó su penitencia.