A principios del
siglo XVI llegaron a Europa los primeros bulbos de tulipán, una flor originaria
de Oriente, que muy pronto se hizo popular en Holanda. La casualidad hizo que
en aquellas latitudes, a diferencia de otros países, un virus atacara a los
tulipanes ocasionándole una gran gama cromática, lo que hizo que ante tal belleza
aumentara su precio de forma exorbitada. Por ejemplo en 1623 un solo bulbo
costaba ya la friolera de 1000 florines frente a los 150 anuales que ganaba
normalmente cualquier un ciudadano holandés. Esto hizo que muchas personas, la
gran mayoría, se animaran a invertir enormes sumas de dineros y a hipotecar
muchos bienes personales pensando que el precio de esta flor nunca se
devaluaría. Llegó un momento que los beneficios superaron el 450% de la inversión
realizada inicialmente. En principio, parece que era toda una ganga.
No había nadie
que se quedara fuera de invertir aumentando día a día esta enorme burbuja económica.
Hasta se compraban bulbos virtuales en catálogos o también aquellos que incluso
todavía no habían nacido. Aun así, pequeños nubarrones se alzaban sobre la
tierra que en esos momentos ataba perros con longaniza, ya que en 1636 se
produjo un virulento rebrote de peste bubónica el cual se cobró un montón de
vidas humanas, produciendo que al haber menos mano de obra para trabajar en los
viveros se incrementara el precio en los mercados. Aun así parece que aquel
primer aviso no les importó a los accionistas quienes estaban como locos
comprando y vendiendo aquellos tulipanes sin preocuparse por el futuro. Pero llegó el año 1637 y con él el fin de la tulipomania. Los especuladores, viendo
que aquella burbuja estaba a punto de estallar, empezaron a vender sus
tulipanes provocando el consabido pánico en el mercado financiero holandés. Los
que no fueron rápidos en venderlos se encontraron que solamente tenían entre
manos, aunque precioso, un simple bulbo de tulipán que les había costado una
fortuna. En cambio los pocos que fueron listos se enriquecieron, pero fueron muchos
los que se arruinaron, haciendo que se encontraran con cientos de tulipanes
inservibles y hubo incluso algunos que no pudiendo soportar la vergüenza y la
pobrera optaron por colgarse en los graneros. ¡Y todo por una flor!