Siempre se ha
sabido que los nazis estaban obsesionados con la arqueología. No por su valor
artístico o didáctico sino para confirmar mediante sus hallazgos una supuesta
ascendencia perfecta que justificara su superioridad racial o, y esto era lo
más peligroso de todo, para usar estos restos arqueológicos como armas de poder con las que arrasar a sus
adversarios. Pero no solo Hitler estaba obsesionado con encontrar reliquias del
pasado, sino que también su gran enemigo, Iosif Stalin, padecía esta fiebre arqueológica. Aunque no son muy
conocidas el dictador ruso organizó distintas misiones en el Este con el único
fin, igualmente, de buscar un arma definitiva con la que acabar con los nazis.
Stalin estaba obsesionado con la figura de los dos grandes conquistadores asiáticos,
Gengis Kan y Tamerlán, así que envió una serie de expediciones para encontrar
sus restos. Una de ellas llegó hasta el mausoleo donde descansaban los huesos (o
más bien el polvo) de Tamerlán, que yacían tranquilamente en el mausoleo de Gur-Emir
en Samarcanda (Uzbekistan) Cuando iban a desenterrar el cuerpo los responsables
uzbekos les advirtieron que quien perturba el sueño eterno del último gran líder
mongol sufriría una maldición que les perseguiría por toda la eternidad. Pero
los arqueólogos rusos, creyendo que estas amenazas eran solamente cuentos de
viejas, y a pesar de hallar una inscripción en la que ponía “Quién abra mi
tumba desatará a un invasor más terrible que yo”, no dudaron en ningún momento en
levantar la tapa del sarcófago. Llama la atención que el día que eligieron los arqueólogos
rusos para exhumar el cuerpo de Tamerlán fuera el 22 de Junio de 1941, precisamente
el mismo día en que los alemanes invadieron Rusia en la llamada Operación Barbarroja. E igualmente
también es curioso constatar que la victoria soviética en Stalingrado se
produjera el mismo día que los restos del conquistador mongol fueron enterrados
de nuevo en una ceremonia religiosa musulmana.