Después de la
Guerra de los Siete Años, el rey de Prusia Federico el Grande tuvo que afrontar
el problema de cómo alimentar a una población que debido al conflicto armado
pasaba hambre. Pero no solo buscaba un alimento para las gentes desfavorecidas
sino también un manjar barato con el que solventar este problema para siempre.
Y después de mucho cavilar vio en la patata la solución a todos sus problemas.
Así pues en el año 1774 promulgó una real ordenanza para que la patata fuera
cultivada en su país. Parecía que todo estaba solucionado pero el cultivo de
este tubérculo encontró en la masa popular su mayor enemigo pues consideraba a
la patata como algo despreciable que “no se comerían ni los perros”. Federico no podía utilizar la fuerza bruta
con su pueblo ni obligarle a comer patatas, así que, como era normal en él,
utilizó la inteligencia para combatir este prejuicio. Y lo hizo de esta manera:
mandó a unos jardineros que plantaran unas cuantas patatas en un terrenito que
tenía en palacio y dejó que unos soldados escogidos montaran guardia durante el
día para evitar que se las robaran. Los campesinos, creyendo que si un alimento
era vigilado continuamente debía ser muy valioso, se colaron por la noche en el
huerto real y sin que los guardias no los viesen (tenían orden de mirar hacia
otro lado), arrancaron todos los brotes para posteriormente plantarlos en sus propios
huertos. De la noche a la mañana la patata se convirtió en el alimento oficial de
Prusia. Es por ello que en la actualidad mucha gente tenga todavía la costumbre
de depositar una patata en la tumba de Federico el Grande en el Palacio de
Sanssouci en homenaje al verdadero Rey de las Patatas