Aunque parezca
mentira una de las aficiones de Adolf Hitler eran los perros. Incluso llegó a
afirmar que el mejor momento del día era aquel en se encontraba con su perra, una hembra de pastor alemán llamada Blondi.
Fue su secretario personal y jefe de la Cancillería Martin Bormann el que se la
regaló y desde aquel día fueron uña y carne. Paseaban juntos, descansaban uno
al lado del otro, y le enseñaba toda clase de trucos, como saltar alto, dar la
patita, coger un palo o una pelota que el Führer le tirara lejos… Quién sabe si
a lo mejor, en aquellos momentos de juego Hitler se acordaba de aquel otro
perrillo que lo acompañó en las frías trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pasaron toda la contienda juntos pero cuando
los rusos estaban a punto de tomar Berlín en 1945 y acabar la guerra de forma definitiva,
la amistad entre amo y mascota se torció de forma dramática. Hitler, antes de
suicidarse, decidió probar el cianuro con su ella y sus cachorritos para ver si
el veneno era lo suficiente efectivo para cuando él lo tomara. De esta forma
tan triste acabó sus días Blondi, el amigo más intimo que nunca tuvo el Führer.