El faraón
Psamético I (664 – 610 a. C), fundador de la dinastía Saita, consiguió expulsar
a los asirios de Egipto y con el paso del tiempo hizo que su tierra volviera a
recuperar la gloria que había tenido en el pasado. Pero aunque Egipto era de nuevo
poderosa, el faraón no estaba del todo contento y por eso quiso hacer un
experimento con el que comprobar cuál sería el idioma primigenio de la tierra,
con la esperanza de que éste fuera el egipcio y demostrar de esta manera que la
tierra del Nilo estaba por encima de todos los reinos del mundo. Así pues mandó
que cogieran a dos niños recién nacidos y los llevaran de inmediato con un pastor
mudo para que los criara. Éste tenía órdenes de que los niños no se acercasen a
ninguna persona, y que tampoco recibiera ningún tipo de visita para que los
niños no oyeran palabra alguna, con la esperanza de que con el tiempo las primera
palabras que dijeran fueran las del idioma original.
Pasaron dos años
y un día el pastor pidió audiencia al faraón para comunicarle que los niños ya
habían dicho su primera palabra. Rápidamente fueron llevados a la corte y para
gran sorpresa de todos los asistentes los niños dijeron lo siguiente: “becós,
becós”. El faraón quedó maravillado y convocó a un comité de sabios para que dictaminara
qué lengua era aquella. Tras unos meses de estudios, los sabios llegaron a la
conclusión que becós era una palabra
de origen frigio que significa “pan”, y que por tanto el idioma más antiguo de
la tierra era el de Frigia, y no el de Egipto (para disgusto del faraón).
Siglos después escritores griegos como Aristófanes o Apolonio de Rodas
dictaminaron que becós no significaba
“pan”, y que lo que de verdad imitaban los niños era el sonido de las cabras
que tenía el pastor.