El erudito
Thomas More, o Tomas Moro como lo conocemos aquí (1478 – 1535), además de ser
el autor de la excelente obra Utopía,
fue canciller de Enrique VIII y precisamente debido a su franqueza al hablar
con el monarca y a su férrea determinación en seguir sus propias ideas lo que
le llevó a su perdición. El rey, al no poder tener un hijo varón de la reina Catalina
de Aragón quiso divorciarse de ella para casarse con Ana Bolena, y como el Papa
le denegó esa gracia decidió romper con la Iglesia Católica y crear su propia
religión: el Anglicanismo. El hecho de que el propio rey fuera también la
cabeza visible de la nueva iglesia no fue aceptado por gran parte de los católicos
de las islas, entre ellos Tomas Moro. Siguiendo sus convicciones el canciller
dimitió de su cargo y como esto no le hizo ninguna gracia a Enrique VIII mandó
que lo capturaran y decapitaran posteriormente.
En vez de
enojarse o salir huyendo Tomas Moro se tomó la noticia de manera estoica y con
toda tranquilidad fue conducido a su ejecución. Cuando iba a subir al cadalso
le pidió a uno de las personas cercanas
que debido a su edad lo ayudara a subir los peldaños, pero viendo que ésta vacilaba
por miedo a que emprendieran represalias contra su persona le tranquilizó diciéndole
lo siguiente:
No os preocupéis, que no volveré a importunaros para bajar.
Es más, cuando se arrodilló y depositó su
cabeza en el poyete de madera cogió su barba y la echó a un lado. El verdugo se
percató de esta acción y dejando el hacha a un lado le preguntó al reo por qué
hacía tal cosa y Tomas Moro, girando la cabeza, le respondió de forma serena:
Mi barba no ha ofendido al Rey.
Pero esas no
fueron sus últimas palabras. Antes de que el verdugo bajara el arma mortal miró
al público y dijo: Muero siendo un
siervo fiel del Rey, pero primero de Dios. Acto seguido su cabeza cayó en
el cesto. Como se puede ver fue un hombre fiel a la Iglesia Católica hasta el
mismo momento de su muerte. Por esta razón fue canonizado por el papa Pio XI en
1935.