Nuevamente la
editorial Nowtilus nos trae un ensayo que rescata de las arenas del tiempo uno
de los grandes pueblos de la Antigüedad. Se trata del libro Breve Historia de los Fenicios, escrito
por José Luis Córdoba de la Cruz, y en el que nos lleva de la mano a un tiempo,
a la misma de Edad de Bronce cuando un pueblo de carácter marinero dominaba las
rutas comerciales y era clara dominadora del llamado Mar Tirio, que con el
tiempo fue llamado por los romanos Mare Nostrum. Estamos ante un libro no solo didáctico,
sino también apasionante, pues nos habla de un pueblo conocido por los griegos
como phoeniki (los rojos, de ahí el
nombre de fenicios) que no tuvo intención en ningún momento de crear un imperio
y que solo se movía con fines comerciales y culturales. Hay que recordar que el terreno
vital de los fenicios era esencialmente una estrecha franja de tierra entre dos
grandes imperios como fueron el hitita y el egipcio, y que debido a esta
estrechez terrenal y también por su escasa agricultura y ganadería tuvieron que
poner sus ojos en Occidente y de esta manera lanzarse al ignoto mar que tenían
enfrente. La aventura estaba servida.
Para iniciar
esta gesta, los fenicios tuvieron que construir de cero una impresionante
escuadra de barcos que les pudiera llevar hacia el infinito y mas allá con el que poder comerciar. De esta manera, y
gracias a la sabiduría de sus gentes arrebataron el poder, la talasocracia, marítima
a los cretenses. Innovaron sus embarcaciones con avances tecnológicos y se
guiaron incluso por las noches gracias a la llamada Estrella Fenicia (nuestra
estrella polar). Establecieron la ruta comercial más larga del momento, hasta
Gadir, además de ser los primeros en circunnavegar África en toda su extensión.
Practicaban el cabotaje y comerciaban en las playas a través del trueque y
posteriormente utilizando la moneda lidia. No solían adentrarse mucho en
terrenos extranjeros y preferían cambiar objetos in situ. Aunque algunas veces
no tenían reparos en hacer saqueos con los que obtener esclavos. Su transitar
por los mares hizo que llevaran todo tipo de productos en sus cóncavas naves
como incienso y mirra de Arabia; seda de China; un sin fin de piedras
preciosas; oro de África; estaño del mar del Norte, es decir de las
Casitérides; plata de Iberia; y todo un muestrario de productos inimaginables
de cualquier punto donde sus afiladas proas descansaran.
Sus ciudades
principales fueron Biblos, Tiro y Sidón, y a pesar de que los Pueblos del Mar
estuvieran a punto de acabar con ellas, los fenicios no solo las reforzaron
sino que también tuvieron la idea de crear sucursales por todo el Mediterráneo,
como por ejemplo la famosa Cartago o Gadir, la joya de Occidente. Pero que el
lector no se piense que los fenicios solamente comerciaban sino que poco a poco
fueron introduciendo en los demás pueblos toda una serie de novedades, como las
marítimas, el alfabeto (el primero no pictográfico), el hierro, o el más
peculiar, el color purpura, el color del poder, obtenidos de cientos de miles
de moluscos murex. Fueron dejando también la estela de sus dioses como Baal,
Astarte o Melqart, que con el tiempo fueron el germen y base de la simbología de
otros dioses de otras mitologías futuras.
Pero como todo
pueblo de la antigüedad, los fenicios también tuvieron su propio fin. Las
Guerras Médicas ya afectaron a su comercio, pero la irrupción de Alejandro
Magno y las conquistas sangrientas de sus principales ciudades produjo que el
eje fenicio pasara de aquella franja estrecha de tierra de Oriente Próximo a la
ciudad de Cartago. Con la caída de esta ciudad tiempo después frente a los
romanos hizo que el mundo fenicio desapareciera. ¿Del todo?, no, pues aunque ya
no surcaran los mares a través de sus rápidas naves, la influencia fenicia en
los pueblos costeros de esta piscina que llamamos Mediterráneo fue tan grande
que a día de hoy todavía se puede sentir. Así pues les animo a leer este Breve Historia de los Fenicios en el que
descubrirán que hubo un tiempo en que no había límites en el horizonte si se
tenía una vela cuadrada, dos timones amarrados a un velero hecho de cedro del Líbano,
y una proa con la efigie de un caballo con la que cabalgar las ignotas olas de
un mar embravecido.