El dramaturgo
Esquilo (525 – 456 a.C) ha sido junto a Sófocles y Eurípides uno de los grandes
autores del teatro griego. No solo fue un hombre de letras sino también uno de
acción ya que como buen ciudadano ateniense (había nacido en Eleusis, cerca de
Atenas) combatió contra los persas en las batallas de Maratón (490), Salamina
(480), y lo más seguro que en la de Platea (479). Tras cosechar éxitos en el
campo teatral decidió, como solían hacer muchos griegos de entonces, conocer su
destino consultando el oráculo de Delfos. Al llegar allí y tras esperar su
turno para saber qué le depararía el futuro, la pitonisa le vaticinó lo
siguiente: “Morirás aplastado por una casa”.
Como la
predicción había sido tan tajante a Esquilo le entró miedo y queriendo evitar
su destino se marchó fuera de Atenas para vivir en el campo. No le gustaba
entrar en las casas a las que era invitado y debido a ello durante un tiempo
parece que consiguió esquivar el designio de los dioses. Pero un buen día (malo
para él) el destino lo alcanzó de una manera muy peculiar. Un ave, en este caso
un quebrantahuesos, estaba planeando cuando debajo de él vio una tortuga. Con
un vuelo rápido consiguió atrapar al quelonio entre sus garras y se elevó en el
aire con la idea de estrellarlo en una roca puntiaguda y de esta manera poder
romper su duro caparazón. El quebrantahuesos, pasado un rato, observó una roca
propicia y arrojó a la tortuga, con la mala suerte que no se trataba de una
roca sino de la calva del propio Esquilo que en esos momentos estaba paseando
por el campo. El peso del animal y la velocidad de caída propiciaron que el
poeta griego muriera en el acto. Resultado: una pequeña “casa” había cumplido
el vaticinio de la sacerdotisa de Delfos.