Los habitantes
de la antigua Mesopotamia le daban una gran importancia al cuidado de su
cabello. Tanto que si una persona lo llevaba desordenado o sucio la tildaban de
bárbaro, mientras que él que lo peinaba y lo protegía de las inclemencias del
tiempo y de la edad era considerado como civilizado. A todo el mundo le gustaba
ir bien aseado siendo los distintos tipos de peinado una clave para conocer la
escala social del que lo portaba. No era igual el moldeado que exhibiera un rey
o una reina, un noble principal o incluso un magistrado que trabajara en
palacio o en un templo. Los encargados de efectuar todo tipo de peinados, de
cuidar el cabello o incluso de oscurecer las canas fueron, obviamente, los barberos.
Eran llamados para que fueran a cualquier sitio ya fuera a palacio, un juzgado
o incluso a los mercados donde se vendían y compraban esclavos para raparlos y
despojarles de su propia individualidad dejándoles solamente una especie de
mechón distintivo llamado abuttum.
Pero los
barberos hacían más que cortar cabellos. Tenían más funciones como por ejemplo
ser verdugos, dentistas y hasta recaudador de impuestos. En total los textos
sumerios distinguen cinco tipos de barberos: el común; el que se ocupaba de los
nobles y las testas reales; el que solamente iba a cortar el pelo a los
esclavos; los que hacían tatuajes; y finalmente los que hacían pelucas. Al
final, con el paso del tiempo, sus funciones se redujeron a tres: el general
(barbero común, dentista y cirujano); el encargado de rapar las cabezas de los
esclavos y los de los templos. En el oficio de barbero (gallabu) se podía ganar bastante dinero pero éstos también tenían
una gran responsabilidad ya que por ejemplo les podían amputar las manos si
realizaban un corte de pelo indigno a una persona de la realeza o si eran
denunciado por su mala praxis, o por el contrario osaban cortar la trenza o abuttum a un esclavo.