¡Ah, estos griegos! Ellos sabían cómo vivir.
Para eso hace falta quedarse valientemente de pie ante la superficie, el
pliegue, la piel, venerar la apariencia. Los griegos eran superficiales pero
con mucha profundidad. (Friedrich Nietzsche)
Hace algunos
años Grecia fue una de las grandes sufridoras de la crisis económica que azotó
el planeta en el que vivimos. A pesar de que nuevos políticos de corte
tradicionalista o populista quisieron levantar al país, poco pudieron hacer
frente a las grandes deudas que tenían contraídas con medio mundo. Parecía que
aquel rincón pequeño y rocoso iba a desaparecer en la desmemoria general. Fue
entonces cuando las televisiones, periódicos y radios comenzaron a emitir
imágenes, sonidos y fotografías del país heleno y volvieron a recordarnos que
allí fue donde había nacido la democracia occidental y que debemos a los
griegos y sus hazañas ser lo que somos. Grecia y su herencia ya no solo era algo
de lo que se ocupaban los historiadores o sociopolíticos, sino que era un
pedacito de todos nosotros. Queramos o no somos hijos de la memoria de Homero,
de los pensamientos de Sócrates o Platón, tenemos la fuerza de los gimnastas
olímpicos e incluso somos descendiente de aquellos marinos que llevaron la
civilización griega por aquel mar interior ubérrimo de sueños y anhelos sin
fin. Así pues les invito a que vuelvan a recordar su enorme legado a través del
excelente ensayo escrito por Rebeca Arranz Santos titulado Breve Historia de la Antigua Grecia, que, ahora, gracias a la editorial Nowtilus podemos leerla
a todo color para que sus imágenes sean más vividas a nuestros arcanos
sentidos.
El libro que
tenemos entre manos es todo un compendio histórico, artístico, arqueológico y
literario acerca de la historia de Grecia, y aunque pueda parecer trillado que
este divido en épocas históricas la escritora nos las muestra bien ensambladas
en un todo bastante atractivo al lector. Principia, obviamente, por la
antigüedad más arcana, como por ejemplo la época de Bronce, alrededor del III
Milenio antes de Cristo, abordando cómo fueron los primeros asentamientos en la
península griega, para después pasar a la llamada edad Micénica llamada así en honor de Micenas (XVI – XII a. C), tiempo
glorioso en el que Homero, tal vez sea cierto o no, botó mil naves en pos de la
belleza de Helena que estaba retenida en la lejana Troya (VIII). Pero por aquel
tiempo no todo fueron lanzas y gestas épicas sino que la cultura fue
introduciéndose poco a poco en dichos lares. Un ejemplo de ello es la aceptación
un siglo antes, en el IX, del alfabeto fenicio que muy pronto fue adoptado en
todos los rincones de la Hélade.
Entre el 776 y
el 490, Grecia se adentró en la época arcaica en la que sus aguerridos
navegantes y exploradores decidieron ir más allá de las cañadas rocosas y
llenas de cabras que había en sus tierras. Fueron colonizando la zona de Asia
Menor, la Península Itálica, Sicilia y algunos puntos de la Ibérica en donde
pronto dieron cuenta de sus grandes dotes para el comercio. También fue en este
tiempo cuando comenzaron a alzarse las Polis, o ciudades-estado, al estilo de
aquellas otras renacentistas, que aunque eran independientes unas de otras muy
pronto supieron ser parte de un todo en el que el koiné sirvió de medio de comunicación estándar entre las distintas
ciudades. In illo tempore fueron
Esparta, en el Peloponeso, y Atenas las urbes que llevaron las riendas de la
política del momento. Y fue gracias a la unión de ambas, junto con algunas
coaliciones puntuales, la que capeo el temporal de las Guerras Medicas al
comienzo de la época clásica (490 – 323) en las que en épicas batallas como las
de las Termópilas, Salamina o Platea pudieron frenar y vencer al todopoderoso
imperio aquemenida que amenazaba con devorar la llama de libertad que iluminaba
los comienzos de la historia europea. La gran beneficiada de aquellas guerras
fue Atenas quien en poco tiempo supo crear una gran flota que la llevó a
expansionarse por el Mediterráneo y el Egeo
creando una especie de mini imperio que condujo a muchas ciudades a
pedir auxilio a la otra superpotencia del momento, Esparta. De ahí surgió la
Guerra del Peloponeso (431 – 404) en la que los hijos de Licurgo, los
lacedemonios, derrotaron definitivamente a Atenas. Éstos sabían arrasar en el
campo de batalla, pero no conservar de buena fe lo ganado por lo que pronto
tiraron por tierra lo que podía haber sido su hegemonía.
Los desastres de
la guerra, lo que el viento se llevo, fue aprovechado por una nueva potencia
guerrera venida del norte de Grecia, Macedonia, y aunque eran considerados como
bárbaros por los atenienses, muy pronto el gran Filipo los puso de rodilla provocando
de hecho la unión de casi toda Grecia. Pero fue su hijo, Alejandro Magno quien
no solo sometió los últimos focos de resistencia, como por ejemplo la tebana,
sino que fue el que supo anexionar a
Grecia el Imperio Persa y parte de la Asia Menor, Egipto e India. Para él no
había horizontes al que su lanza y genio militar no supieran llegar. Aunque al sobrevenir
su muerte, su propio imperio demostró ser efímero, ya que sus generales, los
diadocos, fueron los que se repartieron sus tierras como chacales al conquistar
una presa. Es la época Helenística (323 – 331) en la que el centro de gravedad
de Grecia ya no se encontraba en Atenas o Esparta sino en ciudades como
Alejandría, Pérgamo o Antioquía. El mundo ya no sería el igual, y en el siglo
II Roma acabó de dar la puntilla al sueño griego asimilándolo a un nuevo
imperio, más poderoso, que empezaba a nacer: el romano. Pero ¿quién conquistó a
quien? Pues estos últimos muy pronto se dieron cuenta de las grandes ventajas
militares y culturales que los vencidos podrían aportarles por lo que se
dejaron influir totalmente por el modus
vivendi de los hijos de Homero y Herodoto. Roma fue, por decirlo de alguna
manera, quien recogió la antorcha de la democracia en Occidente.
Todo esto que
les he escrito, y mucho más es lo que vamos a encontrar en este trabajo de
Rebeca Arranz Santos, Breve Historia de
la Antigua Grecia. Junto con los temas meramente políticos y militares,
también la autora nos sugestiona, siempre a través de una rigurosa biografía,
con las cuota más alta que los griegos alcanzaron en poesía, filosofía,
arquitectura, escultura y formas de vida. Personajes como Pitágoras, Pericles,
Tucídides, Homero, Sócrates, Tales, Herodoto, Parménides, Leónidas… y tantos
otros de inolvidable nombre desfilaran delante de nosotros para que en un breve
vistazo comprendamos cuánto le debemos a Grecia y por qué es tan importante
conocer su gloriosa historia. En verdad, se lo recomiendo.