1936 es recordado por desgracia en España como el año en que comenzó nuestra Guerra Civil. Pero en cambio pocos se acuerdan de que también en aquellas fechas se consiguió un derecho laboral que hoy en día sigue afectando a casi todos los trabajadores del mundo, sobre todo en las épocas estivales. Se trata de las vacaciones pagadas. Allá por mayo de ese año, en Francia, se produjo la victoria del Frente Popular y a raíz de ello los ciudadanos se lanzaron a las calles en una multitud de huelgas con las que presionar al nuevo gobierno de izquierdas para que les concedieran derechos laborales justos. Y entre esa ristra de derechos conseguidos hubo uno de gran importancia: la implantación de dos semanas de vacaciones pagadas al año. Una gran victoria ya que era algo impensable para las clases de trabajadoras de entonces ya que si querían tomarse unos días de asueto o bien eran despedidos o bien perdían el jornal de aquellos días en que no hubieran ido a trabajar. Solo los muy ricos y pudientes podían darse ese lujo.
Esta medida se puso en práctica a partir de Julio de 1936, y nada más proclamarse cientos de franceses quisieron disfrutar de las primeras vacaciones de su vida. En esa recién estrenada libertad una gran mayoría optaron por irse en bicicleta a lugares cercanos, como por ejemplo pueblos de proximidad o familiares, campos o ríos… o simplemente quedarse vagueando en el hogar. Ya lo decía Don Quijote a Sancho: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre…
En cambio otros decidieron irse en tren a conocer lugares lejanos, como el mar. Muchos franceses del interior no habían tenido en la vida el privilegio de verlo y gracias a una medida de Leo Lagrange, subsecretario de Ocio y Deporte, en la que se concedía un billete popular de vacaciones populares a precios reducidos, los ciudadanos pudieron ir a lugares tan pintorescos como Normandía, Bretaña, la Costa Azul… aunque también, como pasa siempre, a las clases altas no les sentó nada bien la llegada en masa de estos nuevos turistas a sus zonas privilegiadas ya que tuvieron que compartir sus playas, su coto vacacional, con aquellos menos agraciados. Desde su altivez llamaban a los obreros “los vacaciones pagadas” y se quejaban de que no sabían comportarse, del ruido que hacían y de que no tuvieran trajes de baño de moda. Da igual, aquel verano de 1936 en el que se instauró por primera vez las vacaciones pagadas fue un tiempo de libertad, absolutamente nuevo en el que los que nunca habían podido tomarse un tiempo de descanso lo hicieron sin perder ni un céntimo de su sueldo descubriendo nuevos horizontes que el destino hasta entonces parecía haberles negado.