Hay una especie de honradez en el modo en que los japoneses levantan nuevamente sus casas después de cada desastre. Pero esta vez algo había cambiado. La bomba lo había sido todo para ellos. (Hiroshima, de John Hersey)
El 6 de Agosto de 1945 es una de esas fechas claves, principales, de la Historia Contemporánea pues fue ese día donde la humanidad comenzó a temer la luz del sol. Su brillo y destrucción. Ese día, como iba diciendo, el ejército americano, tras años de guerra en el Pacífico y de desolar parte del territorio japonés a base de bombardeos ya fueran explosivos como incendiarios decidió zanjar el asunto lanzando un arma de destrucción masiva y así doblegar al resistente ejército nipón. Temprano, por la mañana, ya salido el sol naciente el bombardero Enola Gay lanzó el artefacto Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima dado que el tiempo era excelente por aquella zona. Un hongo de varios kilómetros de altitud, precedido por una luz cegadora y mortal terminó con la vida de cientos de miles de personas en un abrir y cerrar de ojos demostrando que la humanidad había encontrado el arma perfecta para destruirse así mismo. Tres días después viendo el gobierno estadounidense que los japoneses no se rendían decidieron de nuevo arrojar otra de estas bombas atómicas, Fat Man, sobre Nagasaki teniendo idénticos y mortales resultados. Esta nueva carnicera tuvo como resultado que días después el pueblo japonés oyera por primera vez la voz del emperador a través de la radio anunciando la capitulación del Imperio del Sol Naciente. Las lágrimas de los ciudadanos que escucharon esta noticia y la impotencia de saber que habían sido utilizados por las clases dirigentes fueron el comienzo de una dolorosa paz.
Desde ese momento la influencia de la bomba atómica en la psique de la ciudadanía japonesa se convirtió en un elemento importante de su día a día y de su cultura en general desde el mismo momento en que acabó la Segunda Guerra Mundial. Pocos años transcurrieron para que este terror y miedo reverencial a la ciencia destructiva apareciera reflejado en el cine o en sus representaciones más famosas (sobre todo en la actualidad) como son el manga y el anime. En estos medios comenzaron a aparecer historias sobre la caída de las bombas; críticas al gobierno militar que los metió en la guerra haciéndoles creer que eran una raza superior encabezada por la figura del dios-emperador Hiro Hito; o como el pueblo japonés se fue alzando de nuevo poco a poco de las ruinas en una dura posguerra. Si uno mira con atención los mangas y animes tanto actuales como antiguos (los aparecidos tras las Segunda Guerra Mundial) uno se da cuenta que en ellos todavía salen referencias a bombas atómicas, ciudades convertidas en eriales debido a la catástrofe y radiación atómica, grandes hongos de luz, o el susodicho miedo a la ciencia desbocada, sin control. Es una constante que a cualquier persona interesada en este mundo gráfico podrá ver en obras, citando más antiguas, como Astro Boy (Osamu Tezuka), Akira (Katsuhiro Otomo), Neon Genesis Evangelion, Ghost in the Shell… solo por citar cientos y cientos de ellas. Éstas serian obras que toman referencia de esos hechos acaecidos, pero los que a mi modo de ver se centran más en lo vivido en Hiroshima y Nagasaki son, por un lado la película La tumba de las luciérnagas (1988), en el que se muestra la resistencia de los personajes infantiles ante la devastación; y por otro la obra monumental que hoy les traigo: Pies descalzos, una historia de Hiroshima, de Keiji Nakazawa (1973) que nos muestra sobre todo el horror y las consecuencias en la población civil tras el estallido de las bombas atómicas.
Akira (Katsuhiro Otomo)
Como pueden leer en el párrafo anterior he utilizado la palabra monumental y no solo para decir que esta obra sea (y es) una obra referencial dentro del enorme universo que es el manga y el cine de animación japonés (incluso se hicieron películas posteriores, como la de 1983) sino también por su gran tamaño físico ya que en total este manga está compuesto por más de tres mil páginas que aquí en España han sido normalmente editadas en cuatro tomos bastante gruesos. Yo, en particular he de aclarar que he tardado más de una semana en leerlo. Pero, aun así, su tamaño no es óbice para señalar que nos encontramos ante una de las muestras gráficas e históricas más importantes del siglo XX, que incluso influenció a gran copia de dibujantes y narradores como por ejemplo a Art Spiegelman que no duda en aclarar que su obra Maus bebe directamente de la de Keiji Nakazawa (1939 – 2012). Este autor japonés tenía seis años cuando estalló la bomba atómica en Hiroshima y pudo observar como toda su familia falleció a consecuencia de ello viéndose solo y desvalido con su madre, y por tanto convirtiéndose en testigo directo de todos los horrores y el caos devastador plasmándolo después de manera brillante en su obra. Tras sobrevivir a aquel infierno con los años se convirtió en un mangaka de referencia en el país nipón y en el mundo de la ilustración occidental gracias a su obra Pies descalzos (Hadashi no gen). El manga, en su totalidad, nos habla del mar de fuego y destrucción que provocó el estallido de Little Boy en Hiroshima, las consecuencias psicológicas que produjo en la sociedad nipona y sobre todo los miedos y el dolor de los habitantes de esta ciudad devastada y sus alrededores, y en tomos siguientes en la dura posguerra y el renacimiento de la ciudad tras la pesadilla atómica que habían sufrido.
Como Pies descalzos es enorme, en este caso solo me voy a centrar en el primer tomo de los cuatro que componen esta magna obra. En ella nos lleva, como ya he mencionado varias veces, a la ciudad de Hiroshima unos días antes del desastre centrándose en la figura de un joven llamado Gen Nakaoka, trasunto autobiográfico del autor, y su familia, un clan antimilitarista que continuamente están recibiendo insultos y soportando el vacio de gran parte de sus vecinos debido al pensamiento pacifista del padre y que por eso son llamados antipatriotas. Tan fuerte es la influencia de los vecinos que al final incluso uno de los hermanos del protagonista tiene que alistarse casi a la fuerza, aun sabiendo que la guerra ya está perdida, para que la gente deje de hacer la vida imposible a su familia. Mientras tanto llega la fecha fatídica del 6 de Agosto y cae la bomba atómica sobre la ciudad salvándose Gen de milagro (estaba detrás de una tapia y por eso la radiación no impacta de lleno) aunque sus hermanos y su padre no tienen la misma suerte y acaban ardiendo en las ruinas de su propia casa, delante de él y su madre que casi se vuelve loca observando cómo sus seres queridos se queman vivos. Desde ahí Gen y su querida madre proceden a deambular por la ciudad arrasada buscando comida y agua y observando a la vez cientos de cadáveres desfigurados, llenos de pústulas y pieles caídas, centros de emergencias llenos a rebosar (recuérdese que más del 90% de los médicos y enfermeras murieron durante el bombardeo), y sobre todo la locura y la sinrazón de los supervivientes en aquel pandemónium. Tras ello para poder comer tienen que salir de la ciudad y volver a buscar ayuda en los pueblos de los alrededores en los que muchas veces en vez de ser acogidos por los lugareños son apartados como apestados, como parias, debido al miedo que tienen a que les infecten con la locura de la bomba o que les roben el poco arroz que les queda. Al final del primer tomo, de las primeras 780 hojas, Gen, su madre y su hermanita recién nacida deciden volver a Hiroshima, a aquel erial desierto de cascotes y casas derruidas, y comenzar una nueva vida.
Pies descalzos (Keiji Nakazawa)
En este punto hay que aclarar que el manga de Keiji Nakazawa no principia en el preciso instante de la caída de la bomba atómica, sino que aporta otros muchos más temas del antes y después del suceso y de la derivada de ella en la sociedad nipona. La bomba en sí es el epicentro de un mundo que se derrumba, de un mundo corrupto hacia un mundo mejor a través de un parto de dolor y horror en demasía. Uno de los temas principales de Pies descalzos nos habla de como los japoneses estaban muy abducidos por las soflamas del gobierno militar imperante en la que continuamente se les decía a sus ciudadanos que debían dar la vida por el suelo divino de Japón y por la figura del dios encarnado en la tierra, el emperador Hiro Hito. Es por eso que cualquier persona que se saliera del guión, que no compartiera el mensaje de sacrificio y muerte honorable debía de ser eliminada. El clavo que sobresale ha de ser machacado para igualarse a los demás. Es lo que le ocurre al padre del protagonista y a su familia que son condenados al ostracismo y golpeados por una maquinaria militarista bien engrasada y que en ese momento en concreto está a punto de colapsar. Observamos los desfiles populares, los gritos de banzai al emperador, las canciones patrióticas que se repiten de continuo y la entrega de hijos para que se sacrifiquen en aras del poder divino. Otro de las tramas es, claro está, todo lo relacionado con el desastre ocurrido tras la ola de fuego y luz que arrasa la ciudad: los protagonistas ven con sus propios ojos y sufren en sus carnes al ver gente derritiéndose y andando como auténticos zombis sin conciencia ni destino; gente comida viva por las cresas (gusanos) instaladas en sus heridas y muñones; o centros sanitarios y fosas comunes llenas a reventar. Y de esta destrucción, como si esta espiral de tragedias no tuviera fin, el mangaka también nos enseña la locura derivada de ellas al señalar la sinrazón de gente que ingiere polvos machacados de cráneos porque creen que según la medicina oriental así pueden revivir a los muertos; suicidios rituales o en grupos para expiar las culpas o para no caer en manos de los soldados americanos; ríos llenos de cadáveres inflamados que van reventando como globos unos tras otros, hasta (y este me ha impresionado mucho) una mujer llena de moscas que cree que es el espíritu de su hijo y por eso deja que se posen en ella como si fuera un burka hecho de insectos. El horror, como diría aquel Konrad. Aparecen temas como la insolidaridad de las gentes de otros pueblos con respecto a los supervivientes de Hiroshima pues llegan a tratarlos como parias, un nolli me tangere en el que incluso les lanzan piedras o les dan palizas por miedo a que les transmitan las radiaciones de la bomba o les roben el arroz que tenían escondido. E incluso llama la atención que existiera episodios de racismo con respecto a los coreanos que habían sido llevados a rastras a Japón, ya que los pocos médicos que todavía había no les quisieran atender o se les negara un enterramiento digno al considerarlos una raza inferior.
Como se pude ver Pies descalzos es una obra maestra que no tiene piedad con el lector, hecha para estómagos duros, pero que vale la pena leer para comprender hasta dónde puede llegar la locura humana o su esperanza y bondad sin fin. El único pero que se le podría poner es el dibujo en sí pues en algunos momentos los sentimientos de los protagonistas pueden ser un tanto edulcorados, con muchas lágrimas en los ojos a cada momento y muy maniqueista en la actitud de ciertos personajes. Pero este punto hay que tomarlo con cierta precaución pues este melodrama tiene su por qué. En los años siguiente al final de la guerra mundial las ilustraciones de los mangas eran muy kawaii (adorables) tirando al trama shojo (cuasi romántico) con respecto al tema de los supervivientes de las bombas atómicas, pues esto se hacía para que el lector observara lo amable frente a la sinrazón de la guerra y las condiciones duras de las posguerra. Y aunque en un principio el manga Pies descalzos es una obra shonen (para jóvenes) la posteridad la ha colocado como una de los testimonios gráficos más importantes del siglo XX confiando en que la dureza de algunas de sus imágenes mueva a los lectores de ahora a no repetir los desastres de la antigüedad.
Keiji Nakazawa, Pies descalzos 1: Una historia de Hiroshima (Traducción de Víctor Illera y María Serna Aguirre). Barcelona, DeBolsillo, 2015, 781 páginas.
También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/pies-descalzos-1-una-historia-de-hiroshima-keiji-nakazawa/