Don Francisco Javier Castaños Aragorri y Olavide (1758-1852), además de ser un gran general, curtido en los duros campos de batalla de la Guerra de Independencia, era también una persona con un ingenio sin parangón que con sutil ironía sabía desarmar a las mentes más preclaras de la nación al igual que a las más obtusas y cerradas, como por ejemplo en el caso que les presento.
Un 6 de Enero, pasada la guerra contra el francés, al rey absolutista Fernando VII se le ocurrió hacer en Madrid, en el Palacio Real un besamanos para honrar su propia figura. Era un día extremadamente frío y toda la capital estaba llena de nieve y cristalino hielo, estando incluso el Manzanares congelado. Por eso las distintas personalidades invitadas acudieron a Palacio con grandes entorchados, anchos abrigos y calidos guantes para prevenir el frío. Pero entre todos los invitados destacaba uno que era el centro de todas las miradas. Era, nada más ni menos que el gran general Castaños, héroe de Bailen y primera persona que había hecho hincar la rodilla al inmenso Napoleón. Aun así las miradas no eran de aprobación y alabanza sino de extrañeza por cómo iba vestido. Al general madrileño (nació en la castiza calle Barquillo) no se le había ocurrido otra cosa que ponerse unos pantalones blancos, muy finos, los cuales seguramente dejaban entrar el gélido viento entre sus piernas.
Fernando VII, enterado de esta patochada acudió raudo ante Castaños y en tono airado le pregunto a qué venia esa ridícula indumentaria y encima en día tan señalado. El general no solo no se molesto sino que le dijo con toda naturalidad que llevaba aquellos pantalones no por la moda ni por capricho sino por la propia estación. El rey no salía de su asombro así que le dijo que no le entendía, ya que estaban en Enero y aquella vestimenta no era propia de aquella estación. Entonces Castaños, con todo el aplomo que le daba haber sido uno de los grandes personajes de España y Europa, le miró con extrañeza e ironía y tranquilamente le respondió:
-Mi rey, vuestra alteza estará todavía en Enero, pero mi calendario indica que estoy todavía en Julio de 1808, ya que llevo la cuenta de los días de mi vida por las pagas que me han sido pagadas.
Aquel gran general, después de 84 años de servicio a su país, murió a los 96 años en la más absoluta miseria económica.