En el año 69 a.C un joven y arruinado Julio César consiguió la cuestura de la Hispania Ulterior. Antes de llegar a su destino, Gades (Cádiz), primero hizo escala en Córduba (Córdoba) donde residió algún tiempo. Parece ser que allí el futuro genio militar plantó un platanero en el jardín de su residencia cercana al río. Tal fue el vigor de la planta que sus contemporáneos quedaron maravillados, como muy bien podemos ver en las palabras del poeta Marcial: Parece que el árbol siente la grandeza de su plantador, tanto crece elevando sus ramas hasta tocar los astros del cielo.
Después el joven funcionario tomó residencia en Gades, y desde allí comenzó su trabajo como cuestor de la zona. No sabemos mucho de cómo se desarrollo esta labor pero el tiempo nos ha dejado algunas anécdotas que enmarcan la grandeza del hijo de Venus. Se cuenta que al poco tiempo de vivir en la ciudad el joven César tuvo un sueño en el que yacía con su madre. Nada más levantarse y todavía algo angustiado no dudó en dirigirse al mayor centro religioso de Gades, el templo de Hércules, para consultar a los sacerdotes los motivos del sueño. Según parece éstos le dijeron que no se preocupara pues no había ningún elemento incestuoso en ellos sino que los dioses le venían a decir que se uniría con su verdadera madre, es decir Roma, convirtiéndose en el mayor gobernante de todos los tiempos. Henchido de orgullo quiso volver a su hogar pero al salir vio en un rincón una estatua de Alejandro. Fue como si un rayo le cayera en la cabeza pues enseguida se puso rígido, gris, con semblante serio de cara y lágrimas en los ojos. El orgulloso César… ¡estaba llorando! Uno de los sacerdotes se acercó a él y le pregunto el motivo de aquello. Con ojos enrojecidos le respondió:
A mi edad él había conquistado el mundo y yo no he conseguido nada todavía.
Aquella visita le cambió la vida pues en su mente se forjó un destino del cual no se separaría jamás.