Que Francisco de Quevedo era la persona más atrevida y el escritor más ácido del Siglo de Oro, nadie lo pone en duda, pero que la primera esposa de Felipe IV, Isabel de Borbón (1603 – 1644) era algo coja pocos españoles lo saben. Bajo pena de destierro o muerte nadie en la corte podía hablar sobre el problema físico de la reina, así que un día un noble que estaba de paso por el Alcázar quiso comprobar hasta que punto era sarcástico nuestro buen escritor. Se acercó a Quevedo en un lugar retirado y le preguntó si sería capaz de decirle a la cara a la reina que era coja. El escritor, picado en el orgullo y puesta en duda su valentía aceptó la apuesta, delante de este noble arrancó una rosa y un clavel de un parterre cercano a donde estaban hablando. Le dijo que le siguiera y como en ese momento Quevedo estaba bien visto en la corte no tuvo problema en llegar hasta la reina que en ese momento estaba rodeada de sus más allegados. Se inclinó ante ella y alzando las flores le dijo de manera galante:
Señora mía, entre el clavel y la rosa, su Majestad escoja.