Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen. (Jesús de Nazaret)
Una idea. Una
nueva forma de concebir la vida nació en pleno corazón de la cristiandad, en
una tierra de trovadores y amores corteses: el Languedoc. Allí, por secos senderos
del midi francés, unos predicadores conocidos como bons homes (los buenos hombres) comienzan a pregonar por los pueblos
un nuevo mensaje de esperanza a los oprimidos que se rompen el espinazo para
dar de comer a los señores que habitan allá en los vetustos castillos y en las
abigarradas abadías. Y aunque parece que hablan de lo mismo que otros
predicadores anteriores, sobre Cristo y la promesa de una vida en el brumoso
más allá, lo curioso es que no lo hacen con pompa ni boato, sino de manera
sencilla y directa, con un lenguaje tan novedoso que hace temblar los cimientos
de la mismísima Iglesia Católica. ¿Qué han de temer los orondos obispos y la
enhiesta figura del Papá en el sitial de Pedro? Pues cada palabra y acción de
estos hombres buenos: desean que la iglesia y sus dirigentes vuelvan a la idea
original de pobreza y pureza que Cristo predicaba en Jerusalén; dan un papel
protagonista a la mujer y enfocan el problema del mal terrenal desde un punto
de vista muy curioso, ya que si existe dolor en este mundo es debido a la
dualidad permanente entre el bien y el mal… y sobre todo, lo que más aterra a
la iglesia católica es que rechazan los sacramentos, es decir que no hace falta
intermediarios entre la oración sincera y Dios, y que por tanto no será
necesario el pago de diezmos. Aquello que solamente podría tildarse de leve herejía,
pronto comienza a enquistarse y hace temer a Roma la perdida de sus queridas
ovejas. Hay que acabar con esta
situación tan peligrosa para los intereses eclesiales. Hay que arrancar la mala
hierba y reconducir el rebaño de nuevo a donde no debía haber salido, para su
posterior esquilmado. Y ha de hacerse de cualquier manera, a cualquier precio,
a fuego y sangre. La primera Cruzada en tierras cristianas esta servida. Pero
nadie calcula que existe una persona, un rey para ser más precisos, que no
comulga con esta situación. Los perros de la guerra están sueltos, y parece que
van a despedazar a los llamados cátaros y a sepultar sus ideas de paz para
siempre. Solo cuentan con el rey aragonés Pedro II como muralla ante tal
atropello. Un hecho apasionante que ha pasado a la historia y que nadie como Luis
Zueco ha sabido resucitar de las antiguas crónicas para que la podamos
disfrutar en su última novela Tierra sin
Rey. (SEGUIR LEYENDO)
Muret… este
nombre, por lo menos a los amantes de la musa Clío, nos evoca el fin de un
sueño. Frente a los muros de Muret acabó sepultado el sueño del gran Imperio
Aragonés. Frente a los muros de Muret, aquel 13 de Octubre de 1213, fueron
sepultados los ideales cátaros de convivencia. Frente a Muret se vivió una de
las batallas olvidadas de la historia. Este año se cumplen los 800 años que conmemoran
el aldabonazo final a una de las Cruzadas más sangrientas que han existido, la
Cruzada Cátara o Albigense contra los herejes del Languedoc. Sobre esta guerra
se han escrito numerosos trabajos y novelas, pareciendo que ya esta todo
escrito. Pero el nuevo libro de Luis Zueco vuelve a traer a la luz un episodio
apasionante con una nueva perspectiva, pues frente al antagonismo entre cátaros
y papado tan manido, el autor suma al juego de intereses e intrigas la figura
del rey aragonés Pedro II, a la vez que lo saca del olvido al que ha estado
sometido debido a que por un lado ha estado a la sombra de figuras como la
de Alfonso I el Batallador, Fernando II
el Católico, y la fama de su hijo el titánico Jaime I el Conquistador; y a la
increíble gesta de otra batalla un año anterior, la de las Navas de Tolosa o la
de los Cuatros Reyes. Luis Zueco en Tierra
sin Rey recrea las causas, desarrollo y triste final de esta cruzada, de
esta guerra civil cristiana, desde 1209 hasta 1213. Mediante una trama apasionante
en el que los juegos de palacio y los intereses papales se mezclan al ritmo de
las espadas de los sanguinarios cruzados, se nos desvela todo el entramado de
un conflicto que nunca debió de ocurrir. Por un lado tenemos al Papa Inocencio
III, al rey de Francia Felipe Augusto y a sus perros, el brutal Simón de
Monfort y al fanático Arnaldo Almalarico que desean arrancar la mala hierba cátara
de la Occitania. Mientras que por otro lado nos encontramos la corte de Pedro
II de Aragón y al mismísimo rey que no dudan en proteger sus territorios de la
intervención del Norte de Francia o del papado. Pero ¿por qué el rey de Aragón
desea salvar la vida a los cátaros? A través de esta apasionante novela, el
autor nos desvela que Pedro II, monarca inteligente, valiente, culto y que
nunca duda en combatir en primera línea junto a sus caballeros fieles, da
protección a los cátaros no porque el lo sea, pues es católico, sino
simplemente debido a que son sus vasallos y tiene un pacto de salvaguarda hacia
sus personas. Aunque no hay que ser maniqueísta en este punto, pues Pedro II no
es altruista al cien por cien ya que si por un lado ofrece su espada a los más
desvalidos por otro lado también desea crear la Gran Corona de Aragón. Es por
ello que no duda en enfrentarse en campo abierto con un ejército cátaro junto
con sus fuerzas catalanas y aragonesas aquel mes de Octubre de 1213 en Muret.
Por desgracia Pedro II muere en una desastrosa batalla mal planificada haciendo
que Simón de Monfort aplaste posteriormente a sangre y fuego los focos de
resistencia cátara, y que se diluya como lágrima en la lluvia los intereses
aragoneses y se retiren hacia la línea del Pirineo.
Mediante un
estilo directo y apasionante, Luis Zueco con Tierra sin Rey, nos ofrece una novela coral en el que multitud de
personajes evocan las distintas partes en conflicto haciendo que el lector se
recree en aquellos cuatro años tan transcendentales en el que la humanidad dirimió
su destino con el filo de una espada. Dos puntos en concreto hacen que esta
novela sea grata al público lector: destaca la construcción de los personajes
que poco a poco, a lo largo del libro, van creciendo en importancia y
complejidad haciéndolos inolvidables para cualquiera que se acerque a estas
páginas; y por otro lado podemos observar como Luis Zueco se ha apoyado en un
gran aparato bibliográfico para construir Tierra
sin Rey y rescatar este hecho esencial de la historia tan olvidado. Aun
así, que no se alarme el lector pues esta hilazón tan bien urdida a base de
datos históricos no lastra la narración, al revés, pues la hace más rica y
apasionante con una prosa rápida que hará las delicias de cualquiera que se
deje engatusar por los dedos delicados de Clío. Así pues, les invito a que abran
las primeras hojas de Tierra sin Fin
y atraviesen sin miedo el umbral de una historia inolvidable en el que las
batallas, los sueños y las acciones inmortales tejen el tapiz de las grandes
novelas históricas. Si han decidido dar ese paso, solamente me queda decirles
¡Bienvenidos a una tierra de leyenda!... ¡Bienvenidos a una Tierra sin Rey!