A Fernando VII
(1784-1933), aquel rey tan cambiante y felón, le encantaba jugar al billar. Y
es que todo buen rey déspota debe tener una afición para relajarse al final del
día después de perseguir a liberales y
destrozar constituciones, como la gaditana de 1812. Tanto miedo despertada
entre sus súbditos y cortesanos que éstos, durante las partidas, se dejaban
ganar no fuera a ser que un rato después fueran a encontrarse colgando de algún
árbol cercano a Palacio. Esta camarilla de aduladores fallaba a posta sus
propios golpes a la vez que dejaban las bolas cerca de las troneras cuando le
tocaba jugar al rey. Es por ello que nunca fallaba y siempre ganaba considerándose
él mismo como el mejor jugador de billar de toda España. De ahí viene la
expresión así se las ponían a Fernando
VII que alude a las grandes facilidades que se le dan a una persona para
lograr sus fines.