A veces únicamente
queremos escuchar lo que nos interesa, y sea por una u otra razón, no deseamos oír
toda la verdad. Pues bien esto es lo que le pasó al Creso, rey de Lidia, cuando
fue al Oráculo de Delfos a preguntar a la Pitia si debía o no invadir Persia y
atacar con todo su ejercito al de Ciro el Grande. Nada más entrar en trance
ésta le predijo el futuro en unos versos muy crípticos que decían:
Si atacas, destruirás un gran reino
Y verdaderamente
que se cumplió esta profecía, pues el rey Creso destruyó un reino… el suyo
propio. Ciro el Grande tomo Sardes, la capital de los lidios el 546 a. C después
de catorce días de asedio. Pero esta historia todavía no había terminado pues a
veces el destino, o los dioses, son bastante caprichosos ya que cuando las
tropas persas estaban pasando a cuchillo a todos los habitantes de la ciudad
uno de aquellos soldados se encontró con el rey Creso y, pensando que era un
ciudadano más, levantó su espada para matarle, pero uno de sus hijos, que era
sordomudo, le gritó en el ultimo momento:
¡Soldado, no mates a Creso!
En ese momento,
el rey se acordó de que el Oráculo de Delfos fue quien también le había
vaticinado que llegaría un día que su joven hijo sordomudo hablaría cuando le
llegara el día más funesto de su vida. Rápidamente le pusieron unas cadenas y
lo llevaron ante Ciro quien dictaminó que lo condujeran a una pira funeraria
para ejecutarlo. Pero cuando los leños estaban empezando arder, cuenta la
leyenda que Creso se arrepintió de todos sus males e invocó a Apolo quien
derramó una lluvia torrencial apagando al momento la pira. El rey persa se
conmovió tanto ante este gesto que mandó le quitaran las cadenas perdonándole la
vida. Unos dicen que a partir de entonces Creso se convirtió en asesor personal
de Ciro y otros en cambio opinan que le mandó exiliado, a una satrapía lejana
para que expiara sus culpas.