miércoles, 21 de mayo de 2014

UN DEDO DE MENOS



España siempre ha sido un país obsesionado por venerar las reliquias de los santos. Desde la Edad Media, ricos y pobres en le Península Ibérica ha hecho lo imposible por conservar o retener dentro de sus iglesias cualquier trozo de hueso para mostrarlo a sus fieles y de esta manera ganar prestigio. Uno de los santos más zarandeados y vapuleados ha sido el santo patrono de Madrid, San Isidro quien ha lo largo de los siglos ha viajado de un lugar a otro de la capital a las casas de los más poderosos que han querido beneficiarse de sus santas cualidades. La obsesión por tener algún hueso de este santo ha sido tan grande que muchos reyes y reinas se han querido quedar con ellos. Por ejemplo se dice que en el siglo XIV la esposa de Enrique II de Trastámara quiso arrancarle el brazo entero para llevárselo a palacio. E incluso Carlos III, a pesar de ser un monarca ilustrado, también quiso beneficiarse de los poderes del santo y para ello no dudó en compartir su lecho con la momia de San Isidro para que le curara una enfermedad.

Pero esta locura idólatra no supera lo que pasó en el reinado de los Reyes Católicos cuando Isabel de Castilla decidió viajar a Madrid para rezar al santo labrador. Mientras la reina y varios miembros de la Corte se postraban ante la efigie de San Isidro, una de sus damas se acercó al catafalco y al ver que los demás estaban ensimismados en sus plegarias acercó su boca a los dedos del pies y fingiendo un beso, de un rápido mordisco se llevó entre sus dientes el dedo pulgar del pie derecho. Según cuenta la leyenda cuando la comitiva abandonaba Madrid, al intentar cruzar el Manzanares los caballos no quisieron seguir y aunque se les azuzó para continuar no consiguieron moverles un centímetro. Al instante se descubrió el motivo de aquel milagro cuando la  dama sacó de su equipaje aquel dedo huesudo. Rápidamente la reina ordenó que devolvieran la reliquia de vuelta a la ciudad y la metieran en un saquito de terciopelo que pusieron alrededor de su cuello. Pero pasaron los siglos y aquel saquito se perdió sin saberse a donde había ido a parar. Actualmente a San Isidro todavía le falta el dedo pulgar del pie derecho y así quedará para la eternidad.