Llama la
atención que durante la ocupación musulmana de la Península Ibérica, a los
califas, sultanes, emires y grandes dignidades les gustaran el tipo de mujer
que se puede ver en el Norte de España y no en sus tierras de origen, es decir
altas, voluptuosas, y a ser posibles rubias y con ojos azules. Un ejemplo de ello
lo podemos ver en torno a una leyenda que se tejió alrededor del gran
Abderraman III y la construcción de la fabulosa ciudad de Medina Zahara. Se
dice que este emplazamiento lo mando hacer el califa en honor a su esclava
cristiana Zahara, de la cual estaba muy enamorado. Parece ser que ésta añoraba
mucho los campos de su infancia y sus montes nevados y como el regalo que le
había hecho su señor no conseguía tampoco consolarla, Abderraman mandó
inmediatamente que se plantaran a lo largo del perímetro de la nueva ciudad
cientos de almendros en flor para que a la caída de su hoja diera la impresión
de que estaba nevando.