Uno de los
rasgos más importantes del emperador Vespasiano era su gran avaritia. No pensemos que estoy
utilizando un término peyorativo, al revés, ya que este adjetivo aplicado a
este gobernante romano se puede traducir como ahorrador. Un ejemplo de ello
podemos apreciarlo en alguno de sus actos ya que una tuvo una fijación perpetua
por sanear las cuentas públicas y por luchar contra los excesos y el derroche
financiero. Aun así, algunos escritores como Suetonio vieron en estas acciones
claros síntomas de codicia. Una de las anécdotas que mejor explica esta posible
falta es la referida a la tasa que puso este emperador por orinar en las
bacinillas de las letrinas públicas. Aunque pueda parecer una locura hay que
explicar que el líquido resultante era utilizado posteriormente por los
curtidores y bataneros para clarear las togas de los senadores. Pues bien,
parece que este impuesto fue bastante impopular pues incluso su hijo Tito le
reprochó haber puesto precio a la orina. Pero su padre, ni corto ni perezoso,
cogiendo unas monedas de un saquito que tenía cerca se las puso debajo de la
nariz y le preguntó si olían mal. Tito tuvo que confesar que no, a lo que
Vespasiano, con una sonrisilla, repuso: “Pues esto es el producto de la orina”.
Y de ahí la expresión Pecunia Non Olet
(El dinero no huele)