viernes, 7 de noviembre de 2014

EL ORIGEN DE LA PALABRA CAPILLA



A principios del siglo IV, un joven soldado romano llamado Martín cabalgaba solo envuelto en una terrible ventisca de nieve. Cuando estaba a punto de llegar a la ciudad de Amiens, un pobre leproso salió de una cabaña que estaba a un lado del nevado camino y le pidió que le diera algo para no morirse de frío y hambre. El joven Martín refrenó su montura y le dijo entre lágrimas que poca cosa podía ofrecerle ya que no llevaba alimento alguno y el caballo no era de su propiedad pues le pertenecía al ejército romano. Lo único que podía darle era un trozo de su capa para protegerse del viento gélido. Sin dilación desenvainó su espada y cortó la mitad de su capa. Acto seguido volvió a montar y se alejó de aquellas pobres chabolas. Pero en cuanto el leproso se echó por encima aquel remiendo comenzó a sentir un calor tan placentero que pronto se olvidó de sus penurias. Con asombro vio que las llagas de su cuerpo se cerraban y quedaba totalmente curado. Los leprosos que estaban cerca se dieron cuenta de aquel milagro y le pidieron a su amigo que les diera otro trozo para curarse también, pero cada vez que la cortaban se maravillaban al ver que aquella capa divina no menguaba, sino que seguía quedando intacta pudiéndose de esta manera curar todos.

Con el tiempo la noticia de este milagro se extendió por todos los lugares y pronto comenzó a construirse pequeños santuarios para conservar los trozos de la capa del soldado romano. Recuerde el lector que en latín capa se escribe cappa, y que su diminutivo es cappellae. Y de ahí precisamente proviene la palabra castellana capilla, es decir lugar donde se guarda un trozo de capa pequeña. Pero ¿qué fue del joven Martín? Según parece cuando se topó con el leproso iba camino de bautizarse. Con 22 años abandona la carrera militar y se dirige a Hungría donde consigue la conversión de su madre. Tras ello viaja a Milán y Roma, y acaba fundando un monasterio en Poitiers, aunque tiene que dejarlo al ser nombrado obispo de Tours. Es por eso que en sus predicas y conversiones por toda Francia es conocido como San Martín de Tours. Murió en Candes en el 397 y fue sepultado en la ciudad de Tours, donde es venerado por todos los católicos franceses.