Después de la
Batalla del Álamo (6 de Marzo de 1836) el ejército mexicano, al mando del
general Antonio López de Santa Anna, se sentía imparable, casi invencible, pues
no había enemigo que le pudiera plantar cara. Tan confiado estaba el general
que, a pesar de los consejos de sus subalternos, decidió entrar en Texas con la
misión de destruir al ejército texano, comandado por Sam Houston, y que desde
la tragedia de El Álamo estaba en franca huida. De esta manera el 19 de Abril
de ese mismo año las primeras avanzadillas mexicanas llegaron a las cercanías del
río San Jacinto.
Pasados dos días
el general Santa Anna, confiando en que los texanos eran pocos y que no podían
causarle ningún daño, mandó a sus tropas que
descansaran todo el día, que se refrescaran en el río que tenían a sus
espaldas, y que cuando llegara el mediodía echaran una siestecita. Cosa que él
mismo hizo bajo un árbol cercano al campamento militar. E incluso ordenó que no
se pusieran centinelas en los alrededores para que no le despertaran al emitir
el santo y seña. Pero lo que no sabía el general mexicano es que el ejército de
Sam Houston y James C. Neill habían recibido refuerzos y estaban agazapados precisamente
al otro lado de un bosquecillo que había enfrente de las tropas mexicanas.
Cuando sus propias espías les comunicaron el lamentable estado de las fuerzas
enemigas no dudaron un solo minuto y ordenaron a sus soldados que atacaran sin
más dilación. En verdad era una oportunidad única en la vida.
Lo primero que
hicieron las tropas texanas fue derribar el puente que había sobre el rio
Jacinto con el objetivo de cortar la retirada de los mexicanos, y acto seguido,
con gran griterío, cargaron contra las primeras líneas enemigas. Fue todo un éxito
pues debido a este ataque relámpago pillaron desprevenidos y somnolientos a los
mexicanos los cuales no sabían por donde les venían los disparos. Incluso
algunos texanos se sorprendieron al encontrar a algunos soldados todavía durmiendo
a pierna suelta dentro de las tiendas. Aunque parezca increíble la batalla solo
duró ¡18 minutos! La derrota mexicana
fue aplastante, ya que en total murieron 630 soldados, 208 sufrieron heridas
mortales, y 730 fueron capturados cuando quisieron huir precipitadamente
saltando el rio, mientras que los texanos solamente tuvieron 9 muertos. Pero ¿y
qué pasó con el general Santa Anna? Pues sencillamente que no se enteró de la
batalla. Cuando despertó se encontró rodeados de soldados enemigos que le
apuntaban con sus bayonetas que creían haber capturado a un oficial importante.
Aun así, cuando los mexicanos capturados estaban siendo concentrados, uno de los
prisioneros le reconoció llamándole ¡señor
Presidente! Fue en ese preciso momento cuando se descubrió el pastel. ¡El
general y presidente de México había sido atrapado mientras echaba una siesta!
Esta victoria
tuvo como consecuencia la independencia de Texas a través del Tratado de
Velasco, firmado el 21 de Mayo de 1836, posteriormente corroborado por el otro
tratado conocido como el de Guadalupe Hidalgo (1848). Es resumidas cuentas,
unos cuantos ronquidos son el origen del actual estado americano de Texas.