El escritor
Vicente Blasco Ibáñez (1867 – 1928), autor de obras inmortales como Los Cuatros Jinetes del Apocalipsis o Cañas y Barro, entre otras, era una
persona muy apasionada, amante de vivir la vida hasta sus últimas consecuencias.
Un ejemplo de ello lo podemos ver en un curioso incidente que protagonizó el 21
de Febrero de 1904. Unos días antes Blasco Ibáñez, como de costumbre, acudió al
Congreso de los Diputados, pero en vez de disertar sobre la República
sorprendió a todo el mundo al decir en la tribuna de oradores que un policía le
había zarandeado en las mismas puertas del Congreso. Y para redondear su
intervención indicó a los diputados que tal persona que era un “tenientillo
desvergonzado” que no merecía vestir el uniforme del que representaba.
Estas palabras,
que podían haber acabado en mera anécdota, ofendieron a dos coroneles que,
precisamente, habían acudido ese día al hemiciclo. Así que, para limpiar el
honor del cuerpo policial, retaron a duelo al escritor en un descampado cerca de
Atocha. El elegido para representarles fue el teniente Alesteuey. Se eligieron
pistolas para el acto, y los contendientes disponían de dos balas para acabar
con el contrario. Siguiendo su costumbre Blasco Ibáñez disparó primero al aire.
El teniente, acto seguido, hizo lo mismo pero al suelo, cerca de los pies de su
oponente. El escritor, nuevamente, disparó al aire. Pero el teniente en vez de
errar de nuevo, apuntó directamente al cuerpo de Blasco Ibáñez. Y de forma increíble
la fortuna se puso de parte del escritor pues la bala impactó en la hebilla del
cinturón tirándole de manera brusca hacia atrás. Así pues el duelo acabó en
final feliz ya que ninguno de los duelistas sufrió daño alguno, además de
haberse restituido el honor que los coroneles creían haber perdido.
Pero Blasco
Ibáñez, en vez de alegrarse por ello, regresó enfadado a casa ya que cuando
estaba abandonando el descampado de Atocha, oyó que unos obreros que trabajaban
cerca, y que habían sido espectadores de excepción del duelo, se quejaban de
que no hubiera corrido sangre en el intercambio de disparos. El escritor, al oírlo,
se había encarado con ellos y les había gritado casi a la cara: “¿y por esos
que me silban me juego el pellejo me juego la vida?... A la porra…”. Nunca más volvió
a participar en un duelo.