Marco Licinio
Craso (115 a. C – 53 a. C) ha pasado a la historia no solo por ser uno de los
integrantes en el primer triunvirato, junto a César y Pompeyo en el 56 a. C, sino también por ser una de las personas más
ricas y corruptas de la Antigüedad. Este patricio se había enriquecido a base
de comprar de manera fraudulenta, bajo coacción, las tierras de otros senadores
que habían acabado en las garras del dictador Sila, a la vez que también mandaba a sus libertos a las subastas a comprar
las tierras de las personas que habían sido condenadas a muerte. Llama la
atención que casi siempre estos libertos ganaban las pujas. Pero lo que más
enriquecía a Craso no eran estas expropiaciones sino las casas que se quemaban.
Roma, a pesar de ser caput mundi en
aquellos momentos, no por ello dejaba de ser una metrópoli abarrotada de gente
en la que predominaban las casas frágiles, hechas muchas de ella a base de
madera, tela, paja… en la que cualquier
llamita provocaba un incendio que en poco rato las devoraba de arriba abajo.
Fue entonces cuando Marco Licinio Craso creó, podríamos llamarlo así, el primer
servicio de bomberos de Roma. Aunque esta prestación a la sociedad no era tan
altruista como parece. Según parece cuando una ínsula o edificio se quemaba enviaba
a sus bomberos a la zona pero éstos en vez de sofocarlo le pedían al
propietario una gran cantidad de dinero solo por intervenir. Si éste no accedía
se quedaban mirando como el fuego acababa con el edificio, y claro está el propietario
casi siempre accedía a ello. Incluso algunas veces no pedían dinero sino que se
le limitaban a decirle que ellos lo apagarían si le vendía el solar a cambio de
una mera compensación monetaria. Había rumores de que algunas veces estos
incendios estaban provocados por los propios bomberos, dándose la paradoja de que
éstos eran verdaderos pirómanos a sueldo.