Una de las cosas
que más llaman la atención en la España de los Austrias es que junto a un gran
número de escándalos que salpicaban no solo a la sociedad sino también a las
altas esferas de poder, éstos convivían sin ningún problema junto a una moral
extremadamente rigurosa y pacata que afectaba sobre todo al mundo femenino. Muchas
de las mujeres, por el miedo al “qué dirán”, vivían casi encerradas en casa,
saliendo muy poco a la calle por el miedo que tenían los padres y maridos a
perder su famosa honra. Algunas
incluso se conformaban con ver la calle a través de una celosía mientras hacían
sus labores o rezaban. Pero como la mente humana nunca puede estar quieta, las
mujeres agudizaron el ingenio y comenzaron a salir a la calle envolviéndose la
cabeza con velos y mantos de color negro dejando solamente a la vista un ojo
con el que poder ver por dónde iba y evitar el peligro de tropezarse y caerse
posteriormente. Este nuevo tipo de vestimenta, muy parecida a las tapadas
moriscas, pronto se puso de modo e incluso fue imitada por las damas de alta
alcurnia para poder así escapar de sus oscuros palacios.
Esta forma de
vestir se convirtió en sinónimo de
aventura y galanteo, y es por eso que en 1586, tras sufrir el acoso de los
sectores más reaccionarios de la sociedad, el monarca Felipe II difundió una Pragmática
en la que se condenaba el uso de estos mantos bajo pena de pagar 3000 maravedíes
de multa. Pero esta Pragmática, aunque confirmada en las regencias de Felipe
III, Felipe IV y Carlos II, fue muchas veces ignorada por las mujeres que
preferían pagar esta multa con tal de seguir teniendo algo de libertad. Tan
grande era la costumbre de llevar esta vestimenta que incluso en la América
colonial también se usaba, destacando en Perú las llamadas Tapadas de Lima, o
Limeñas.
La visión de una mujer que llevaba la cabeza
tapada y que veía el horizonte con un solo ojo fue algo normal en la calle
hasta mediados del siglo XVIII cuando el rey Carlos III prohibió en 1770 el uso
de estos mantos bajo durísimas sanciones, pues creía que la mujer que lo usaba
no solo escondía su rostro sino que también llevaba malas intenciones morales y
criminales.