Uno de las cosas
que más le gustaba al filósofo francés Voltaire (1694 – 1778) era beber café.
No es que fuera un adicto a esta bebida, pero una tacita de vez en cuando le
despertaba los ánimos cuando estaba algo fatigado. Un día que estaba en la
corte del rey de Prusia Federico el
Grande, nuestro humanista, sintiéndose un
poco cansado, le dijo a un camarero que por favor le trajera un poco de café pues
tenía que ir a ver al monarca y no era plan que se desmayara en su presencia.
Acto seguido le trajeron en una bandeja una taza calentita de café y sin mediar
palabra se la tomó. Pero antes de darse cuenta comenzó a sentirse mareado, con
nauseas, pareciéndole que estaba borracho. Le comentó al camarero cómo era esto
posible y éste le dijo lo siguiente: “En efecto, señor, puede haberse embriagado
con el café. Su majestad, que, como sabéis, es un experto bebedor de café, nos
obliga a prepararlo con whisky en lugar de con agua para intensificar su aroma”.