El controvertido
político ateniense Alcibíades, sobrino de Pericles y discípulo de Sócrates, tenía un perro del cual estaba muy orgulloso.
Cuando lo había comprado por 70 minas (un precio exorbitante en su tiempo) sus
amigos le comentaron asombrados el buen porte que tenía el can y lo obediente
que era. Un día, precisamente cuando el propio Alcibíades estaba pasando una
serie de dificultades políticas, tanto sus amigos más íntimos amigos como sus
más acérrimos enemigos vieron asombrados como éste se paseaba por el ágora llevando
tras de sí al animal con el rabo cortado. Aquello causó un gran revuelo y
durante los días siguientes no se habló más en Atenas que de ese tema. Cuando
le preguntaron indignados el motivo por el que había hecho aquella salvajada,
Alcibiades, con una leve sonrisa, les respondió: “Era precisamente lo que
buscaba. Mientras vosotros no parabais de hablar del rabo de mi perro, sin
daros cuenta os habéis olvidado de los verdaderos problemas que hay en la
ciudad”.