Sobre el pintor
español Pablo Ruiz Picasso se cuenta un sin fin de anécdotas, unas de carácter apócrifo
y otras no tanto. Esta que ahora les ofrezco es una de las últimas, de las
verídicas. Según parece el malagueño estaba descansando en una playa del sur de
Francia cuando vio que se le acercaba un niño con una hoja de papel y un lápiz.
Cuando estuvo delante de él le pidió que
por favor le hiciera un dibujillo ya que le había reconocido. Pero Picasso, oliéndose
la trampa, supo de inmediato que era muy raro que un niño le reconociera y que además,
lo más seguro, habría sido enviado por sus padres, los cuales estarían ocultos
en algún sitio, para después vender el boceto a precio desorbitado en cualquier
sitio. Así que para evitar ser timado cogió el papel, y para asombro del joven,
el pintor lo arrugó, lo tiró a un lado y
acto seguido con el lápiz en la mano le pinto un dibujo en la espalda. Días después
Picasso estaba hablando con un amigo y le dijo una duda que en ese momento le había
venido a la cabeza: “¿Habrán lavado a su hijo?”.